6 de julio; los fantasmas en el closet
 
Hace (80) meses
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La del 6 de julio de 1988 fue una noche larga. Por primera vez en la historia del país las elecciones no fueron en domingo sino en miércoles. A alguien se le había ocurrido la buena idea de hacer las elecciones entre semana, decretando un día de asueto, para que no se vieran opacadas por las actividades propias del descanso, o quizá para evitar que los curas arengaran a los fieles desde el púlpito, o para facilitar el acarreo, nunca supimos la razones, lo cierto es que después de aquel desastre regresamos al siempre en domingo electoral. Aquel miércoles partió la semana y partió la país.
El PRI también se había partido. Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz ledo, Ifigenia Navarrete y miles de priistas más, inconformes con la derechización del PRI, abandonaron el partido y lanzaron una especie de candidatura independiente. No existía entonces esa figura, por lo que tomaron las siglas de pequeños partidos para enfrentar a la maquinaria priista. La designación de Carlos Salinas como candidato terminó de partir al partidazo y por primera vez tuvimos una elección competida.
Manuel Bartlett no se fue con los priistas que se oponían al proyecto de Salinas. Al contrario, se quedó a operar desde la Secretaría de Gobernación la elección y sus buenos oficios para que ganara el PRI le valieron la Secretaría de Educación Pública y ser parte esencial del proyecto que hoy combate. Tiene razón que quien acuñó la expresión de “se cayó el sistema”, que marcó para siempre el 6 de julio y que fue un punto de quiebre en el sistema electoral mexicano, fue Diego Fernández de Cevallos, pero el sistema sí falló. La nota de El Universal del 7 de julio dice textualmente: “Las fallas en el centro de cómputo de la CFE (Comisión Federal Electoral) empezaron a producirse a las 5 de la tarde y al filo de las 21 horas se declaró fuera de servicio”. Sí había, pues, un sistema de cómputo y sí se cayó. En alguna ocasión, relajado y sonriente, en la mesa de redacción del periódico Público dijo que él mismo había pedido que se desconectara el sistema de cómputo para ralentizar el proceso, pues las actas que llegaron primero eran las de ciudad de México donde Cuauhtémoc ganó por paliza.
La versión de Manuel Camacho no difería mucho. Recordaba que aquella noche Salinas estaba profundamente deprimido por los resultados que llegaban y no quiso salir a festejar el triunfo por lo que mientras Bartlett toreaba a la oposición en Gobernación fue De la Vega Domínguez, presidente del PRI, quien se adelantó, declaró triunfador al PRI y compró todas las portadas de periódicos que pudo con la cabeza: “Triunfo claro, contundente e inobjetable del PRI”.
En algo tiene razón el desmemoriado Bartlett: aquella fue una elección que sacó a relucir lo peor de la clase política nacional: fueron Diego Fernández y Felipe Calderón quienes operaron la quema de las boletas para borrar las huellas y acordar reformas; Bartlett y Camacho se beneficiaron del triunfo de Salinas, aunque luego lo denostaron y los mexicanos nunca supimos quién ganó.
Todos tienen sus fantasmas en el closet y nadie rinde cuentas por ello.

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