Austericidio
 
Hace (58) meses
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Si se aplica al IMSS, trátase de un crimen. Si lo remitimos al gobierno es autodestrucción suicida. Pero en los dos casos el arma es la misma: la austeridad disparando grueso calibre, enloquecidamente y en todas direcciones. Lo que antes era virtud, ahora máquina mortífera.

La renuncia de Germán Martínez Cázares es en cambio un tiro de precisión, un torpedo que da justo en la línea de flotación de la 4T, al revelar a un gobierno como injusto e inhumano. No se trata de un texto reactivo o estomacal. Es en cambio un documento impecable en tres fases: el diagnóstico del deterioro financiero a partir de los brutales recortes de Hacienda; la afectación gigantesca en la operación y viabilidad misma del IMSS; el relato incluso conmovedor de la falta de médicos y medicamentos, atención a niños y ancianos y el desabasto cruel de antirretrovirales para los enfermos de Sida. Todo mostrando el rostro frío e insensible de un gobierno numérico, muy distinto al que se ofreció humano en las urnas hace un año.

A ver: el Instituto Mexicano del Seguro Social es el gran invento del México post-revolucionario. Ha sido también el gran instrumento para mediar entre los pocos que cada vez tienen más y los muchos que cada vez tienen menos.

Por eso, ninguna otra renuncia podría representar un cuestionamiento más severo al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Sin expresarlo, el ahora exdirector parece afirmar: estoy de acuerdo con su meta, pero no con su método.

Y es en este punto de inflexión que surge la pregunta obligada: ¿por qué el actual gobierno está obsesionado con recortar enfermizamente su presupuesto? No solo en detrimento de las familias de miles de burócratas despedidos, sino de servicios básicos de salud que incluyen barbaridades como reducir a la mitad las intervenciones quirúrgicas, aunque éstas sean clínicamente necesarias.

Cualquier respuesta es aterradora: porque el IMSS es parte de ese pasado que se empeña en borrar a toda costa el gobierno actual; porque la 4T requiere de, por lo menos, un millón de millones de pesos para las tres obras con que piensa pasar a la historia: la refinería de Dos Bocas; el Tren Maya y el Nuevo Istmo. Y el dinero tiene que salir de algún lado, aunque a veces se coloque por toneladas en el bote de la basura. Vale recordar al ínclito titular de la SCT, Jiménez Espriú, cuando respondió aquello de que el pecado original de la cancelación de Texcoco nos costaría a lo mucho “unos ochenta mil millones de pesos, tal vez cien mil, pero no más de 120 mil millones”. Se me ocurre que no se le ocurrió comparar esas cifras con camas de hospital, sueldos de médicos o compra de medicamentos, que es lo que reclama en su renuncia Germán Martínez Cázares. A quien, por cierto, siempre he tenido por hombre serio, honesto y comprometido. Tanto que llegó a ser presidente de su partido, el PAN. Y que por eso tal vez no fue del todo aceptado por los morenos que ahora gobiernan. A pesar de ser un político profesional que desde la campaña aportó a AMLO una valiosa cuota de una derecha progresista y pensante. Que ahora pensó que lo más honesto era dejar de pertenecer a un gobierno unívoco, robótico, de cuotas y de cuates.

La inquietud es si se trata de la primera de varias renuncias que podrían sumarse muy pronto, a menos que este gobierno demuestre rápidamente que ya aprendió la lección.

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