Blindaje de Dios
 
Hace (71) meses
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Cuando Alejandro Solalinde le comunicó a su madre su decisión de convertirse en sacerdote, doña Bertha lloró de emoción. ¿Cómo era posible que el más travieso de sus cinco hijos había sido el elegido de Dios? Yolanda, su novia por tres años, tampoco lo creía y sin embargo el llamado de la fe ya había tocado con fuerza el corazón del joven. No había vuelta de hoja. Durante su sacerdocio Alejandro conoció a varios obispos, teólogos de la liberación, pero en muy poco tiempo se percató que la Iglesia “puso freno y metió reversa”. A pesar de sus dudas, el seminarista hizo el intento de entrar al Seminario de la Ciudad de México, pero el rector lo rechazó, porque en su carta de representación decía que el joven: “presentaba serias dificultades para adaptarse a la vida de comunidad”. Después de haberse ordenado como integrante del Clero Diocesano, se dijo una vez más que la Iglesia no había evolucionado y que seguía sintiendo mucho miedo a la libertad y a los hombres. “Si la iglesia hubiera cambiado, no habría perdido autoridad, sino poder, que no son lo mismo; de ahí el miedo de las autoridades eclesiásticas, pues prefieren mantener sus prerrogativas y defender sus intereses”. Después de haber pasado 10 años en la Arquidiócesis de Oaxaca, su máximo deseo era pasar un año en San Francisco para aprender inglés y después irse como misionero a África, especialmente a Angola. Sin obtener el permiso se vio obligado a pasar tres años en la sede de Toluca. No le gustó, el conservadurismo contrastaba demasiado con todo lo que había aprendido en Oaxaca. En uno de los retiros Solalinde conoció al obispo de Chiapas, Samuel Ruiz, con quien estableciera un diálogo sobre todo a raíz del levantamiento de los zapatistas. Entre más atacaban a don Samuel, más lo apoyaba y se unía a sus denuncias contra el gobierno. El tiempo pasaba, mas no la obsesión de Alejandro por irse a África. Cuando estaba a punto de hacérselo saber al obispo de Tehuantepec, se cruzaron en su camino los migrantes. De inmediato intuyó que debía ayudarlos. “Pero yo tengo otros planes para ti.
Ahorita tengo tres parroquias vacantes, necesito llenarlas. ¿Por qué mejor no te vas a liderar una de ellas? Te va a ir muy bien económicamente”. A Solalinde no le interesaba el dinero, prefería continuar con la labor de Jesucristo y ayudar a los más necesitados. De toparse con la Iglesia Católica, “vertical, autoritaria, capitalista y residencial”, optó por algo aún más difícil: ayudar a los migrantes, aunque tuviera que enfrentarse a caciques, a narcotraficantes, a funcionarios corruptos y a amenazas de muerte; llegaron a ofrecer 5 millones de pesos por matarlo. Alejandro se volvió radical y le perdió respeto a la estructura. Estaba seguro de que no había autoridad de ningún tipo que estuviera encima de su conciencia. Trabajar con los migrantes le ha hecho realizar cosas que nunca hubiera imaginado. “Algo muy importante para mí fue definir qué es el Reino de Dios. No tengo duda de que es él quien me protege y me anima a seguir adelante con esta misión. El blindaje de Dios”, dice en el libro titulado: Los migrantes del Sur, Solalinde. La obra escrita por el padre y Ana Luz Minera (Editorial Lince), presentada ayer en la Casa Refugio Citlaltépetl, es dolorosa pero sobre todo reveladora. A través de sus páginas se descubre cómo policías y autoridades de todos los niveles, incluso funcionarios del Instituto Nacional de Migración, extorsionan y asaltan a 400 mil migrantes que vienen del sur anualmente atravesando selvas, montes, caminos lamentables y subiendo al tren conocido como “La Bestia”. Nadie quiere a los migrantes. “Después de toda una vida de respetar a las autoridades, para mí fue un choque descubrir cómo podían ser tan corruptas y ocupar cargos en los que no merecían estar”. En 2006, no existía aún la Ley de Migración, llamada también la Ley Solalinde, por lo tanto no se reconocían la ayuda humanitaria, ni la protección migrante. Solalinde es un “hombre de fe”, nunca claudicó en su propósito de construir en Ixtepec, Oaxaca, el albergue “Hermanos en el Camino”, inaugurado en 2007. El peor de los políticos con los que tuvo que enfrentarse fue con Ulises Ruiz Ortiz, el ex gobernador de Oaxaca, “había concebido hacer un gran negocio con los migrantes, ganar mucho dinero y yo al impedírselo me convertí en su enemigo acérrimo”. No hay duda que solamente un alma como la del padre Solalinde, un hombre de absoluta fe, puede lograr humanizar el terrible problema que significa la violencia contra los migrantes, que padecen trata de personas, desapariciones, tráfico de órganos y violaciones a sus elementales derechos como seres humanos.

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