Centenario de la muerte de Felipe Ángeles
 
Hace (52) meses
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El día de mañana, se cumplirán cien años del cobarde fusilamiento del general hidalguense Felipe Ángeles Ramírez, el militar de carrera más importante en el movimiento revolucionario de 1910. Nacido en Zacualtipán, pintoresca población de la Sierra hidalguense, el 13 de junio de 1868, fue hijo del coronel Felipe Ángeles Melo, entonces jefe político de aquella región, en cuya hoja de servicios figuraba su actuación en las luchas contra las intervenciones norteamericana, de 1847, y francesa, de 1862; su madre, Juana Ramírez, al igual que su padre eran originarios de Molango, población en la que Felipe realizó sus primeros estudios, entre 1876 y 1882, los que continuó en el afamado Instituto Literario de Pachuca.

El sobresaliente desempeño del joven Ángeles le permitió solicitar y obtener del gobierno porfirista una beca, para ingresar al Colegio Militar, donde también realizaría una brillante carrera, que le llevó a convertirse en catedrático de esa institución aun antes de graduarse.

En los primeros meses de 1912 después de una meteórica carrera de asensos que lo llevó hasta convertirse en general brigadier y debido a su fama entre los miembros de ejército, fue designado director del Colegio Militar y casi al mismo tiempo, sin dejar tal encargo, el presidente Madero le nombró responsable de la campaña contra el zapatismo en el estado de Morelos, donde desempeñó una extraordinaria labor conciliadora.

Memorable fue su actuación en la Decena Trágica, al lado de presidente Madero, junto con quien fue apresado y conducido a Palacio Nacional. Su popularidad en la clase militar determino su salvación, pues no fue tratado de la misma manera que Madero y Pino Suárez, quienes fueron arteramente asesinados; se dice que sabiendo Madero que su final estaba cerca, se despidió de Ángeles con un «adiós, mi general, nunca volveré a verlo». Tras la muerte del Mártir de la Democracia, Ángeles fue exiliado a Francia, de donde regreso en octubre de 1913, para incorporarse a las fuerzas de Venustiano Carranza, quien primero le nombra secretario de Guerrera, pero ante el celo que esto despertó entre los militares carrancistas, más tarde solo lo ratificó como subsecretario.

Era Ángeles, un hombre de vasta cultura, sus biógrafos coinciden al señalar que siempre iba acompañado de un buen libro y su conversación era erudita en muchos temas, inclusive, llegó a pergeñar algún poema. En el terreno militar, se le cataloga como extraordinario matemático, de allí el título de gran estratega –en la batalla de Zacatecas, la artillería a su mando solo causó daños en puntos militares y los daños colaterales fueron mínimos, lo que los zacatecanos apreciaron siempre–, pero ante todo se le catalogó como un militar de profundo sentido humanista.

Ante el encono de los militares, Carranza le solicitó auxiliara a Francisco Villa, donde Felipe encontró en la bizarría de aquel sui generis revolucionario el ímpetu que se necesitaba para derrocar a Huerta; la mancuerna que formaron ambos fue determinante en la batalla que decidió el destino de la Revolución en Zacatecas.

Su participación en la Convención de Aguascalientes fue decisiva, inclusive, sirvió de vínculo entre Zapata –al que conoció cuando intentó conciliar con Madero– y Villa, con quien marchaba en los derroteros de la Revolución. En diciembre de 1914, entró a la Ciudad de México con las fuerzas convencionistas y más tarde ocupó temporalmente las gubernaturas de Coahuila y Nuevo León. En febrero de 1915, abandonó a Villa, quien desoyó los consejos del hidalguense.

Distanciado del Centauro del Norte, se refugió en Estados Unidos, de donde regresó con la intención de reorientar a la Revolución, bajo un esquema de socialismo moderado, como lo manifestó en la Proclama del Plan de Río Florido –de la que derivó su baja como militar–. En su manifiesto, Ángeles señaló: “Los revolucionarios piensan que nuestros compatriotas necesitan libertad y tierra, pero lo que en verdad se requieren es educación, de ella se derivará todo lo que quieran”

Apresado en el Cerro de las Moras, muy cerca de Chihuahua, fue conducido a esa ciudad, donde se le formó consejo de guerra integrado por los generales Gabriel Gavira, Miguel Acosta, Fernando Peraldi, Silvino García y Gonzalo Escobar. Durante los dos días que duró el breve juicio, los 4 mil asientos del teatro de Los Héroes se ocuparon y afuera permanecieron miles de personas, que en su mayoría reconocían los méritos del general exvillista.

Su defensa argumentó que no procedía juicio militar, sino civil, ya que Ángeles había sido dado de baja del ejército y solo había actuado como consejero de Villa para frenar sus excesos;

Nada sirvió, ni siquiera la lluvia de telegramas recibida por el jurado y por el propio presidente Carranza, de modo que la felonía fue consumada con su fusilamiento en Chihuahua el 26 de noviembre de 1919.

Durante su juicio, afirmó: “Mi muerte hará más bien a la causa democrática que todas las gestiones de mi vida. La sangre de los mártires siempre fecundiza las buenas causas”.

Los restos de Felipe Ángeles, el militar, el poeta, el humanista, el hombre culto como lo calificara Martín Luis Guzmán, fueron exhumados del panteón de Chihuahua en noviembre 1941, para ser nuevamente inhumados en su tierra natal, el Estado de Hidalgo, donde fue declarado «Hijo predilecto».

Ángeles será recordado siempre por aquella emblemática frase pronunciada antes de morir: “¿Por qué temerle a la muerte, si no le temido a la vida?”. Este año al imponer su nombre al nuevo aeropuerto de San Lucía, su imagen será inmortalizada a nivel nacional.

 

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