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Hace (70) meses
Riquín canallín
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¿Cuál es el mayor atractivo de los hombres? Desde el nacimiento hasta los 15 años, la inocencia. De los 15 a los 30, la apariencia. De los 30 a los 40, la experiencia. De los 40 a los 60, la solvencia. De los 60 a los 80, la paciencia. Y de los 80 en adelante la herencia. “Tengo el honor de pedirle la mano de Rosilita. Nos vamos a casar”. El papá de la niñita sonrió cuando Pepito le hizo esa petición. “¿No crees -le dijo- que están muy pequeños para pensar en eso?”. Contestó el chiquillo: “Cuando hay amor la edad no importa. Ya creceremos”. “Y dime -siguió el juego el señor-. ¿Tienes con qué mantener a mi hija?”. Respondió el crío: “Mi papá me da 5 pesos de domingo. Con eso y con lo que le dé usted a Rosilita nos la podremos arreglar”. Opuso el señor: “¿Y si viene un hijo?”. “No creo que venga -aseguró Pepito-. Por lo menos hasta ahora hemos tenido suerte”. José Antonio Meade es sin lugar a dudas el mejor de los candidatos a la Presidencia, y el que menos cola tiene que le pisen. Tanto Ricardo Anaya como López Obrador son políticos profesionales, y en ellos hay por tanto oscuridades que no se pueden ocultar. En cambio el candidato del PRI -que no es priista- proyecta imagen de hombre honesto, prudente, mesurado, con excelente preparación académica, cultura y conocimiento cabal de los asuntos públicos. Desgraciadamente debe cargar el desprestigio del partido que lo postula y del régimen que encabeza Peña Nieto. Eso es una pena, pues Meade sería un magnífico Presidente de México. Por el contrario, quien más posibilidades tiene de llegar al cargo es alguien cuya deficiente formación académica y grandes limitaciones personales saltan a la vista, y que no vacila en llegar a los últimos extremos del oportunismo con tal de fortalecer sus posibilidades de alzarse con el poder. Y es que AMLO es quien mejor sabe establecer contacto con la gran masa del electorado. Del segundo debate, por ejemplo, lo único que quedó fue lo de la cartera y lo del juego de palabras, carente en absoluto de ingenio pero eficaz para las galerías, acerca del “ riquín canallín”. Espejo fiel de nuestro subdesarrollo es eso, y anuncio cierto de lo que nos espera. Bien vistas las cosas deberíamos ahorrarnos el tercer debate, sobre todo tomando en cuenta que el segundo interesó menos que el primero. ¿Quién quiere ver otra vez al López Obrador de sonrisilla suficiente y actitud despectiva y arrogante por la certeza de su inminente triunfo? Miraremos de nueva cuenta al candidato que no se molesta en debatir, sino sólo se escurre y administra el tiempo sabiendo que el resultado del debate, así le sea por completo adverso, no moverá un ápice la incondicional entrega de sus fieles. Hay que reconocer que se ha ganado a pulso esa feligresía. Nadie como él ha tenido tanto tiempo -y tantos recursos- para recorrer el país de uno a otro extremo, y varias veces, en una tesonera búsqueda de su objetivo. Nadie como él ha sabido recoger la irritación social que priva en el país por la corrupción reinante y los excesos de los actuales detentadores del poder, que ni siquiera reconocen el creciente empobrecimiento de millones de mexicanos. Ellos mismos pavimentaron el camino para que AMLO llegara a donde ahora se encuentra. He ahí la herencia que nos dejarán. En la noche de bodas el enamorado galán le dijo a su dulcinea: “¿De quién son esos ojitos preciosos?”. Respondió ella, mimosa: “Tuyos, mi vida”. “¿Y esa naricita respingona?”. “Tuya, mi cielo”. “¿Y esa boquita de coral?”. “Tuya, mi amor”. En el arrebato de la pasión siguió él: “¿Y verdad que esas pompis preciosas también son sólo mías?”. “Ay, Secundino -contestó la flamante desposada-. ¡No seas tan acaparador!”. FIN.

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