Conciencia tranquila
 
Hace (59) meses
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Dulcibella y Pitorro se casaron. Bien pronto la flamante desposada se dio cuenta de que su marido era insaciable en la cuestión del sexo. Todos los días la procuraba, sin faltar ninguno, y en ciertas fechas especiales -un cumpleaños, la fecha de su boda, el aniversario de la batalla de Acultizingo- la requería dos y hasta tres veces en el mismo día. La pobre Dulcibella andaba ya toda derrengada -me resistí a usar el plebeo término “desguanguilada”-, como la gallinita a la que el gallo le exigía poner huevos de 2 pesos, siendo que las demás los ponían sólo de uno. Así un día le dijo a su esposo: “A partir de hoy sólo haremos el amor tres veces por semana”. “Está bien -concedió el tal Pitorro-. Entonces vendré a la casa cada tercer día”. La señora dio a luz a una linda bebé. En tono terminante le anunció a su cónyuge: “La niña se llamara Herbenegalda. Así se llamaba mi abuelita, la mamá de mi madre”. Al señor, claro, ese nombre le pareció espantoso. Imaginó las penalidades que su hija iba a sufrir por causa de ese singular apelativo. Pero conocía bien a su mujer, y actuó en consecuencia. Exclamó con simulada alegría: “¡Qué bueno que pensaste en ese nombre! ¡Así se llamaba una novia que tuve, mujer a la que quise mucho!”. Al punto la señora se corrigió: “Pensándolo mejor la niña se llamará María. Así se llamaba mi otra abuelita, la mamá de mi padre”.

Don Soreco Nacatzátzatl era más sordo que una tapia. Que una tapia sorda, aclaro, pues hay paredes que oyen. En cierta ocasión el papá de su nieto le informó que le iban a hacer al niño una piñata con motivo de cumplir 10 años. Manifestó don Soreco: “A los 10 años yo ya me hacía eso sin participación de mis papás”.

Un cierto amigo mío declara que todas las noches duerme muy tranquilo. Añade: “No es que tenga la conciencia tranquila; lo que pasa es que me hago pendejo”. Últimamente a mí se me ha ido el sueño, ese valioso don que Cervantes calificaba de “dulce”. Y es que me preocupa la forma en que López Obrador se allega cada día más atribuciones, cómo esa que la Cámara de Diputados -su Cámara de Diputados- le acaba de otorgar, y que le permitirá decidir por decreto el destino que tendrán los fondos derivados de ahorros en el presupuesto. El mismo Presidente anunció ya que tales recursos se entregarán a personas en situación vulnerable, como discapacitados o adultos mayores. Eso sería absolutamente encomiable de no ser por el recelo de que dichos apoyos se usen a fin de asegurar el voto de esas personas para Morena y su líder. Siempre los programas sociales han tendido al beneficio del partido en el poder, de modo que ésta no es ninguna novedad. Esperemos, sin embargo que tales programas y los recursos tales no vayan a servir a la larga para la creación de un maximato.

Tabu Larrasa y su esposo Diminucio sufrían de cortedad en partes muy sensibles. Ella casi no tenía busto; él estaba muy desposeído en la parte correspondiente a la entrepierna. (En cierta ocasión hubo de consultar a un urólogo, y el facultativo tuvo que recurrir a una lupa para efectos del examen clínico). Cierto día los dos esposos caminaban por la playa y las olas arrojaron a sus pies una lámpara de forma extraña. Doña Tabu la frotó para limpiarla, y de la lámpara emergió un genio del Oriente. Con voz grave les habló el gigante: “Me habéis librado de mi prisión eterna. A cada uno os concederé un deseo”. Pidió al punto la mujer: “Quiero tener bubis más grandes”. ¡Zoom! El busto le creció hasta alcanzar la medida del de Dolly Parton. Dijo el hombre: “Yo quiero que mi atributo de varón llegue hasta el suelo”. ¡Zoom! Las piernas se le acortaron. FIN.

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