Costará trabajo acabar con los cleptócratas
 
Hace (62) meses
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Eduardo Ruiz-Healy

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Durante el sexenio pasado, varias personas escribieron sobre la cleptocracia, entendida como un “sistema de gobierno en el que prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos” (Diccionario de la Real Academia Española). Porque es más clara, prefiero la definición que proporciona Wikipedia: “Cleptocracia (del griego cleto, ‘robo’; y cracia, ‘poder’) es el establecimiento y desarrollo del poder basado en el robo de capital, institucionalizando la corrupción y sus derivados, como el nepotismo, el clientelismo político y/o el peculado, de forma que estas acciones delictivas quedan impunes debido a que todos los sectores del poder están corruptos, desde la justicia, funcionarios de la ley y todo el sistema político y económico”.

Los que escribieron sobre el tema estaban indignados, y con razón, por la corrupción que se dio no solo en el ámbito del Poder Ejecutivo, sino en el Legislativo y Judicial. Algunos autores manifestaron no solo su enojo, sino su asombro de que el país estuviera gobernado por ladrones, como si se tratara de un fenómeno reciente, cuando la realidad es que desde hace siglos se ha manifestado en México.

La corrupción del sistema político-económico es tal que del pueblo bueno y sabio, y también de políticos prominentes, han surgido frases que explican y avalan la reprobable conducta de tantos gobernantes y funcionarios.

Al ingenio popular se deben estas frases: “No importa que robe, pero que salpique”, “No quiero que me den, quiero que me pongan donde hay”, “Sí robó, pero lo que se llevó lo invirtió en el país (o municipio o estado, dependiendo del nivel de funcionario), “Es el año de Hidalgo: pen… el que deje algo”, “Es el año de Carranza: por si el año de Hidalgo no alcanza”.

Hay dos frases célebres acuñadas por quienes fueron priistas distinguidos: “Un político pobre, es un pobre político”, decía Carlos Hank González, ex gobernador del Estado de México y exjefe de gobierno del DF, y “La moral es un árbol que da moras”, aseguraba el general Gonzalo N. Santos, exgobernador de San Luis Potosí.

Quien es considerado héroe de la Revolución Mexicana, el expresidente Álvaro Obregón, mostró su creatividad y cinismo a través de estas frases: “Todos somos un poco ladrones”, “Nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos” o “Yo soy el mejor candidato a la presidencia porque solo tengo una mano”. Tan corrupto era Obregón que alguien dijo que para encontrar la mano que perdió en la Batalla de Celaya solo era necesario arrojar un billete de 50 pesos, pues la mano iría tras este.

Hace una semana, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que de las plataformas marinas de Pemex se roban petróleo crudo destinado a la exportación, que están vandalizando plataformas en Campeche, y en el litoral de Tabasco. Estos robos no se explican sin la complicidad de muchos empleados y funcionarios corruptos de la petrolera. Tampoco debe sorprendernos que se cometa tal delito.

Acabar con los cleptócratas llevará tiempo y esfuerzo, y en esta lucha hay que apoyar totalmente a AMLO, sin dejar de señalar las fallas de su estrategia, denunciando los actos de corrupción del pasado y los que se siguen dando hoy en todo el país.

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