Democracia y Consultitis Pejeana
 
Hace (61) meses
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Aristóteles fue uno de los primeros filósofos que abordó de manera sistemática los modelos de gobierno, y entre esas diferentes clases de gobierno también escribió sobre la democracia.

Tengamos en cuenta que la visión y la implementación de un gobierno democrático ha evolucionado desde entonces, pero para el filósofo la democracia no era un modelo viable o aceptable porque en estricto sentido, democracia significa gobierno del pueblo o gobierno en manos del pueblo.

Y en una sociedad donde la esclavitud era aceptada y donde sólo los ricos y nobles tenían acceso a la educación, la democracia, en la acepción más aristotélica es “el gobierno en manos de las masas ignorantes”.

¿Esto ha cambiado? Pese a los progresos de la humanidad, la lucha por la igualdad y la equidad en el acceso al conocimiento y la educación, las mayorías siguen siendo manipulables y con acceso a una educación limitada y de baja calidad, así como presas de la manipulación.

A pesar de ello, la democracia se implementó poco a poco como una forma de gobierno que despojó a los reyes absolutistas del poder, llegando a las formas que hoy conocemos, en repúblicas representativas, gobierno presidencialistas y también parlamentarios, pero nunca dando acceso total a las decisiones de gobierno al pueblo.

Esa es la democracia que tenemos, la que nos ha permitido evolucionar como sociedad, la que nos ha permitido alcanzar mejores estadios de desarrollo social y humano, la que mediante el mandato popular elige a las autoridades que han de representar al pueblo y luchar por sus intereses.

Gracias a esa democracia representativa y participativa, Andrés Manuel López Obrador alcanzó no sólo la Presidencia de la República, sino que para su partido y sus aliados logró la mayoría en ambas cámaras.

Este logro fue fruto de lucha de otros, del trabajo de diputados y senadores que en legislaturas anteriores sentaron bases para elecciones libres y transparentes desde hace décadas, pero también implementaros candados y reglas para limitar el viejo régimen del presidencialismo priista donde el primer mandatario estaba por encima de los otros dos poderes, legislativo y judicial.

Hoy, bajo una visión retrógrada y anquilosada, el presidente lucha por restaurar ese viejo presidencialismo imperial, ya sea por la vía salarial, contra el poder judicial, o mediante el mayoriteo en las cámaras legislativas –a qué precio venden apoyo los verdes, los cristianos pesistas, lo que queda del Panal, e incluso perredistas y priistas— a fin de alcanzar reformas constitucionales que lo blinden y refuercen su poder y así satisfacer su sed de mesianismo y absolutismo.

El siguiente paso parece ser, bajo la apariencia de la consulta ciudadana y el plebiscito –o más bien el abuso y la manipulación de esas figuras de la democracia participativa— pretextando la sabiduría del pueblo bueno –concepto ambiguo y cuestionable— como justificación para todo lo que emprenda y le convenga.

Esa prostitución de la democracia sirve para preguntarle al pueblo bueno si se juzga a los expresidentes por actos de corrupción, cuando legalmente deberá hacerlo si hay pruebas y bases, con o sin la bendición de una consulta; pero nadie nos preguntó si queríamos que nos dejara sin gasolinas –o de verdad fue un pretexto para esconder su incompetencia a la hora de operar PEMEX, empezando por la refinación, importación y distribución del combustible— para emprender una guerra contra el fenómeno del huachicol, una guerra que sigue sin dar frutos porque no han caído responsables de estos robos ni dentro ni fuera de PEMEX, sin peces gordos, ni flacos ni grandes ni pequeños.

Ya nos recetó la consulta por la cual feneció el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México que nos ha constado y nos seguirá costando miles de millones de pesos; era más viable investigar la corrupción, corregirla y castigar a los responsables, pero así no hubiera premiado a su constructor favorito, cuya esposa podría convertirse en ¡magistrada!

Esos son los principios que nos han de regir seis años y, como dicen los conocedores morenistas, será un proyecto transexenal, no sé si con reelecciones del López Obrador o con la reinstauración del viejo priismo de la dictablanda ahora vestido de Morena, que esperan dure al menos 30 años.

Y esas masas que votan lo que nos saben –como la consulta de NAIM y sobre principios para enjuiciar a los culpables de corrupción, o de la posibilidad de darle a los mandos militares el control de las fuerzas policacas—serán el pretexto y la justificación para que la Cuarta Transformación sea una vuelta al pasado de crisis económicas, abusos gubernamentales, persecución a los que disienten y el culto a un solo hombre, el Mesías Tropical, AMLO.

Con el voto del 53 por ciento de los electores el pasado primero de julio, pusimos al país al revés, y además lo echamos a andar en reversa, haciéndolo auténticamente el País del Revés.

Y que conste que el peñanietismo y su gobierno de rapiña no fue en modo alguno lo mejor que se pudo hacer, ni el continuismo de éste significaba un bien país, pero a partir del merecido rechazo al priismo de los atracomuchos, los votantes pusieron en manos del pasado más lamentable de ese priismo, a nuestro país.

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