Desde el fondo del mar
 
Hace (70) meses
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“Hay muchos mundos, pero están en éste”, escribió Paul Éluard. En sintonía con ese lema, del 15 al 25 de abril la Universidad de la Tierra organizó en San Cristóbal de Las Casas el encuentro heterodoxo “Miradas, Escuchas, Palabras: ¿Prohibido pensar?”. Ahí, Marcela Turati ofreció una lección magistral sobre la búsqueda de la verdad en un país que compite con Irak y Siria en asesinato de periodistas.

Fundadora del colectivo Periodistas de a Pie, autora de Fuego cruzado -imprescindible expediente sobre las víctimas de la violencia-, distinguida con el Louis M. Lyon Award que la Universidad de Harvard otorga a la integridad periodística y el Premio a la Excelencia de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Gabriel García Márquez, Turati combina el ejercicio de la crónica con la reflexión sobre las arduas condiciones de su oficio.

Su trayectoria comenzó en Reforma, donde cubrió temas de derechos humanos y pobreza extrema. Desde muy pronto, comprobó que en México la precariedad convive con la violencia. A partir de la “guerra contra las drogas” (que en realidad debe ser entendida como una contienda por el control de las drogas), el interés de numerosos reporteros se desplazó a las zonas de conflicto armado. A diferencia de otros testigos, Turati no se concentró en quienes perpetran el crimen sino en quienes lo sufren, y sentó un elevado precedente ético: la responsabilidad del informador no debe limitarse a levantar el inventario de los daños, sino a alertar sobre lo que se pierde con esos daños. El gran tema de Turati es la vida amenazada.

El gobierno ha ofrecido una rutinaria explicación de la violencia: las bandas disputan entre sí por las rutas y las plazas. El enemigo es visto como un elemento exógeno, ajeno al cuerpo social, que no surgió de la descomposición de la vida en común, sino que llegó de fuera. En esa lógica, los narcos son los otros, los “malosos”, como los llamaba Calderón. De modo falaz, se ha construido la imagen del narco como alguien radicalmente diferente, un bárbaro con camisas de Versace, distorsionando un hecho evidente: el crimen organizado pertenece al tejido social y a diversos grupos de poder, es decir, a una escalofriante normalidad.

¿Cómo cubrir el tema? “Encontré que estaba en una zona de silencio”, dice Turati. Informar de un hecho violento puede costar la vida y la reiteración estadística resta importancia a la noticia:

“¿Cómo hacer para que el muerto número 150 mil siga teniendo efecto en los medios?”.
Hay métodos de resistencia. La guerra obliga a un trabajo colectivo para articular un mosaico de sentido. Contra la reductora explicación oficial, hay que buscar razones intrincadas: “Queremos ayudar a pasar de la confusión a la complejidad”, afirma Turati.

Las condiciones de este ejercicio no pueden ser más dramáticas. Turati recordó que Gregorio Jiménez, asesinado en 2014 en Veracruz, cobraba veinte pesos por nota. Quienes continúan en el camino por inquebrantable vocación enfrentan tensiones inauditas y al buscar los datos ocultos detrás de las sucesivas “verdades históricas”, corren el riesgo de actuar más como activistas, o como debería hacerlo el Ministerio Público, que como informadores. De ahí que la cronista de Fuego cruzado también llame a una responsable autocrítica: “Los periodistas somos los únicos que publicamos nuestros errores”.

Algunas dificultades para acceder a la verdad: la policía maltrata y desaparece las evidencias, el Ejército no rinde cuentas, el Ministerio Público difumina testimonios, los procesos judiciales se fragmentan para impedir la interpretación de conjunto, los jueces se corrompen. En estas circunstancias, los periodistas suelen llegan tarde a los sucesos. En 2011, Turati acompañó a las madres que buscaban a sus hijos en San Fernando, Coahuila, en una de las fosas comunes que han convertido al país en una necrópolis y una de ellas le dijo: “¿Para qué vienen ahora? Llevamos mucho tiempo hablando sin que nadie nos escuche, parecía que hablábamos desde abajo del mar”.

Quienes escriben padecen la misma impotencia. Al inicio de su intervención, Turati dijo: “Me siento despalabrada”. Luego, con la entereza de quien dignifica a un oficio, demostró que el horror puede ser nombrado y que, si alguien es capaz de contar la historia, no todo está perdido.

 

Juan Villoro
Agencia Reforma

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