“Monsanto es el demonio y sus dos cuernos son de glifosfato.”
Nota en Por Esto!
La verdadera víctima de la sentencia de la segunda sala de la Suprema Corte sobre soya transgénica no es Monsanto. La empresa pierde temporalmente la oportunidad de vender semilla en ocho municipios de Campeche, pero mantiene el derecho de hacerlo en el resto del país. La sentencia tiene que ver solamente con el derecho de consulta de los pueblos indígenas y no con la decisión técnica de Sagarpa de autorizar el cultivo. De hecho para Monsanto la sentencia es positiva porque declara: “El uso de organismos genéticamente modificados en la agricultura no representa un peligro para el ambiente mismo.” Sólo se crea el requisito burocrático de que la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas realice una consulta no vinculatoria y que no la haga por internet.
Los grandes perdedores son los agricultores de soya de Campeche. A ellos se les impide continuar cultivos que realizan desde 2012 mientras sus competidores en otros lugares del país, como Tamaulipas, o del extranjero mantienen su producción. Lo más paradójico es que hay poca población indígena en Campeche. Las cooperativas que promovieron el amparo con el apoyo de Greenpeace y otras organizaciones multinacionales no son indígenas, pero la Corte determinó que basta con que un grupo se llame a sí mismo indígena para que se compruebe legalmente que lo es y se obligue a la consulta.
Un productor de soya, Bruno de Matteis, me dice en entrevista en Radio Red que el golpe es muy fuerte para él y para otros agricultores de Campeche, un estado cuya actividad económica se ha desplomado por la caída del petróleo. Los agricultores campechanos han encontrado en la soya una opción de producción en un momento en que los precios del maíz están por los suelos. “El 96 por ciento de la soya que se consume en México”, señala, “se trae de Estados Unidos y toda la soya que se importa es transgénica. Ya es muy difícil conseguir semilla convencional.”
Mientras Greenpeace dice que las semillas transgénicas no mejoran la productividad, De Matteis apunta que quienes trabajan en el campo saben que sí lo hacen. “Nosotros hemos mejorado mucho nuestra productividad. Estamos alcanzando cifras de 2.3 a 2.4 toneladas la hectárea”. Por eso los agricultores insisten en utilizar semilla transgénica. Por otra parte, “la soya no requiere más que agua de lluvia. El maíz se seca si no llueve”.
Sobre la contaminación de las abejas o la miel por la soya transgénica, este agricultor se muestra escéptico: “La soya no tiene nada que ver con las abejas. Las abejas no salen en temporada de lluvias”. Además, “la soya es autógama”, la polinización se realiza con polen de la misma planta. “Cuando sale la flor el frijol ya está ahí”. Su conclusión: “Éste es un problema creado”.
Algunos reportes periodísticos afirman que en Alemania se han encontrado rastros de soya transgénica en muestras de polen de Campeche. No lo descarto, pero no significa ningún riesgo para la salud. El problema es que el rechazo a los transgénicos es un dogma para algunos grupos políticos.
Por lo pronto Greenpeace ha obtenido un triunfo legal, pero no contra Monsanto sino contra los agricultores campechanos. Éstos quieren utilizar semillas transgénicas no porque los obligue el demonio, sino porque generan mayor producción y permiten reducir el uso de pesticidas, lo cual es bueno para su economía y para la ecología. Hoy se impide a los agricultores de Campeche usar estas semillas a pesar de que los estudios científicos demuestran que no generan daño. Su producto, paradójicamente, será remplazado con soya transgénica de Estados Unidos.
Indemnizar a rebeldes
El subsecretario de Derechos Humanos Roberto Campa firmó este 10 de noviembre un acuerdo para indemnizar con dinero público a familiares de personas presuntamente asesinadas por militares durante la rebelión armada del EZLN de 1994. ¿Y los policías indígenas asesinados por el EZLN? Ésos no cuentan.
