El Charro
 
Hace (62) meses
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Si alguno de mis cuatro lectores visita la antigua casa de Saltillo donde está Radio Concierto, la emisora de música clásica que junto con mi familia he sostenido por ya más de dos décadas -¡milagro!-, verá un muy amplio cuarto donde hay un piano vertical y una radiola Seeburg de los años cincuenta que toca lo mismo “Amor perdido” en la interpretación de Maria Luisa Landín que “Para Elisa”, de Beethoven, en la interpretación de Rubinstein. Ahí verá también una estantería que cubre toda una pared y llega a lo más alto del alto techo de la habitación.

Los anaqueles están llenos de discos de vinyl de 33 rpm. Los compraba yo desde que mi novia de hoy era mi novia de ayer. Ella me preguntaba: “¿Para qué compras tantos discos?”. Le respondía yo: “Para cuando tenga mi radiodifusora”. Y sucedió que cuando realicé ese sueño, 30 años después, los discos se habían vuelto ya antigüedad. Ahora están de moda. Yo los compraba en 20 y 30 pesos, excepción hecha de los Angel y los Telefunken, que costaban 100.

Recientemente, en la Feria del Libro de Hermosillo, pagué 300 por una rara grabación en marca Vox, “Music for glass harmonica”, donde vienen obras compuestas por Mozart para ese singularísimo instrumento. Pero no es esto de lo que quiero hablar, con todo y que me gusta mucho hablar de esto. A lo que voy es a decir que en aquella discoteca están 7 mil discos que nos legó un inolvidable amigo, Jesús “El Charro” Garza Arocha, el peor locutor que Radio Concierto ha tenido; el mejor locutor que ha tenido Radio Concierto.

Digo “el peor” por su voz, que se oía como si dos hojas de papel de lija se rasparan una contra la otra. Digo “el mejor” por su estilo único y por su generosa entrega: durante años y años, sin percibir salario alguno, mantuvo su programa “Desvelo de amor”, que trasmitía “en vivo” todos los viernes de 10 de la noche a 3 de la mañana. Hablaba sabrosamente de las canciones que ofrecía -75 en cada trasmisión- y de sus compositores. Pero aunque me gusta mucho hablar de esto no es de esto de lo que quiero hablar.

“El Charro” era hombre rico tanto en dineros como en amigos. A él se debió el famoso “Saltillo Tile”, ladrillo hecho artesanalmente con el extraordinario barro saltillense, de calidad excepcional. (El hombre salió como salió porque el Creador no lo hizo con barro de Saltillo). En cierta ocasión Jesús estaba en Houston y supo de un tour muy atractivo, “The azalea trail”, que consistía en visitar residencias con jardines especialmente hermosos.

En una de esas mansiones la anfitriona era una gentil dama en quien Jesús advirtió gran parecido con Gene Tierney, actriz de la época de oro de Hollywood de quien Darryl Zanuck dijo que tenía el rostro más bello en toda la historia de la cinematografía. “Señora -le comentó “El Charro”-: ¿le han dicho alguna vez que se parece usted mucho a Gene Tierney?”. Sonrió ella y contestó: “Soy Gene Tierney”.

Le dijo Chuy, emocionado: “Siempre he estado enamorado de usted. Con el mayor respeto: ¿me permite darle un beso?”. “By all means” -volvió a sonreír la señora. La iba a besar en la mejilla, pero ella se adelantó y le dio un leve beso a Chuy ¡en los labios!

El domingo pasado vi en el cine en pantuflas de mi casa dos de las grandes películas de Gene Tierney: “Laura” -claro- y “El filo de la navaja”. Y escribo hoy acerca de esto por dos razones igualmente poderosas. La primera, para mostrar que las buenas películas y los amigos buenos nunca se van aunque ya se hayan ido. La segunda, para no hablar, siquiera sea por un día, de AMLO, desabastos de gasolina, colas, pipas, ductos, huachicoles y demás demasías. FIN.

Catón

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