El chiste más pelado del año
 
Hace (99) meses
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Hoy aparece aquí “El chiste más pelado del año”. Antes de entregarlo a las prensas lo mostré a mis editores. Todos me dijeron que ese cuento era indecente, indecoroso, impúdico, pornográfico, escandaloso e inmoral. Y añadieron: “¡Hay que publicarlo!”. Advierto a mis cuatro lectores que la lectura de esa badomía puede llevarlos a perder el último resto de inocencia que habían logrado conservar. Sin embargo este escribidor suele despedir el año con un relato descuajaringado -o sea descuidado, sin aseo- y descuadrillado, vale decir que sale de la cuadrícula de lo convencional. Así el amanuense puede empezar el nuevo año sin la carga de esa desmesurada picardía, final tirlanga del año que se va; majadería que se olvida antes de terminar el primer día del que llega. A fin de preparar el ánimo de mis cuatro lectores para la lectura de esa vitanda narración narraré antes otro chascarrillo igualmente sicalíptico. La madama de la casa de mala nota les anunció a sus clientes que tenía una nueva pupila, muchacha de belleza singular. La rifaría entre ellos. Había 10 boletos, y cada uno costaba mil pesos. Tras ver a la hermosa joven uno de los parroquianos le pidió a la madama: “Deme todos los boletos”. “¡Ah, señor Crésido! -le dijo ella-. ¡Usted se la quiere sacar!”. Respondió el otro atusándose el bigote: “Todo lo contrario, señora. Todo lo contrario”. (No le entendí)… He aquí, ahora, el chiste más pelado del año. Su título es: “Extraño modo de remediar la disfunción eréctil”. Don Languidio Pitocáido, senescente caballero, sufría mucho por la falta de fuerza en su entrepierna. Desde hacía bastante tiempo ya no podía izar el lábaro de su varonía, que otrora fue enhiesto pendón de vigoroso másculo. Recurrió a todos los medios a los que usualmente se atribuyen cualidades fortificadoras. Se sometió a una dieta de hueva de liza -la de Campeche es la más vigorizante-, que combinó con tres docenas de ostiones cada día, acompañados con generosas dosis de licor de damiana, poción a la que igualmente se conceden virtudes energéticas. A ese régimen siguió otro a base de criadillas, o sea testículos de toro. Las comía a mañana, tarde y noche. Luego consumió galones y galones de tisana hecha con la hierba llamada “garañona”. La usan los recios hombres de la frontera norte cuando sienten que su reciura va amenguando. En textos quizá apócrifos se dice que esa hierba de los desiertos arenosos la empleaba el rey Salomón para hacer frente a su ingente compromiso de tener 500 esposas y 500 concubinas. Por lo que hace a don Languidio inútiles fueron sus empeños: ninguno de esos específicos de la farmacopea popular dio el resultado apetecido. ¡Pobre señor! Si hubiera conocido la existencia de las miríficas aguas de Saltillo, con un centilitro de esa taumaturga linfa habría tenido para ver enflechado otra vez su arco. Una vez oí esta cuarteta picaresca que posee una gran dosis de verdad: “Al final de lo vivido / solamente contarás / lo comido, lo bebido, / lo reído y. lo demás”. Pues bien: el señor Pitocáido quería estar en aptitud de gozar nuevamente “lo demás”. Y vino a suceder que un día su esposa le dijo: “Sé de un medio que puede servir en tu caso. Es un tratamiento que dura diez días”. ¡Aunque dure cien! -clamó el desguanzado señor-. ¡Dime cuál es, y lo seguiré al pie de la letra!”. Enunció la señora: “El primer día ponte 10 gramos de sal entera en la lengua, y déjate ahí la sal hasta que se derrita. El segundo día ponte 20 gramos, y espera igualmente a que se derrita en tu lengua esa porción de sal. El tercer día ponte 30 gramos. El cuarto día, 40. El quinto día 50 gramos, y así hasta llegar al décimo día, en el cual te pondrás 100 gramos de sal entera en la lengua y la dejarás ahí hasta que se derrita, igual que hiciste los diez días anteriores”. Preguntó don Languidio, ilusionado: ¿Y con ese tratamiento a base de sal entera se acabará la disfunción eréctil que padezco?”. “No -respondió llanamente la señora-. Pero la lengua te quedará rasposita rasposita”. ¡Qué barbaridad! ¡Así como a Pedro Infante le gustaban los besos mordelones, a la esposa del señor Pitocáido le agradaban los besos lametones! Por eso le recomendó a su marido aquel remedio de la sal… FIN.

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