El día después
 
Hace (65) meses
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estadounidense dirigida por Nicholas Meyer y protagonizada por Jason Robards y John Lithgow. Estrenada para la televisión norteamericana en la cadena ABC en 1983, la película postula una guerra entre fuerzas de la OTAN y las del Pacto de Varsovia que se intensifica rápidamente en un intercambio nuclear a gran escala entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Sin embargo, la acción misma se centra en los residentes de Lawrence, Kansas, y Kansas City, Missouri, así como varias granjas familiares situados junto a los silos de misiles nucleares. El día después consiguió una audiencia de 100 millones de espectadores en los Estados Unidos y se distribuyó por su calidad a las salas de cine de Europa, con un notable éxito del público y la crítica (…) La escena final se desvanece en color negro y el profesor Huxley llama por su radio improvisada: ‘¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien, vivo?”. Así describe Wikipedia esta película que recuerdo haber visto hace 28 años, cuando era intensa la Guerra Fría que enfrentaba al mundo capitalista y liberal, encabezado por Estados Unidos, contra el comunista y autoritario, dirigido por la extinta Unión Soviética.

La escena final es terrible porque, a fin de cuentas, uno sabe que después del intercambio de bombas nucleares no quedó nadie vivo para contestarle al profesor Huxley.

El sentimiento que la película dejó en mí fue de una profunda tristeza, tristeza que me encantaría que hoy sientan Donald Trump y sus Republicanos un día después de las elecciones federales y estatales, en donde, al momento de escribir anoche esta columna, todo parecía indicar que el partido en el poder perdería su mayoría en la Cámara de Representantes y varias gubernaturas.

Pese al excelente comportamiento de la economía estadounidense, parece ser que el populista y demagogo Trump no es capaz de atraer la simpatía de la mayoría de los estadounidenses.

El promedio de encuestas de realclearpolitics.com indica que 53.2% de los estadounidenses no aprueba la gestión de su presidente y que 43.6% sí la aprueban. Otro promedio de encuestas señala que 54.3% manifiesta que su país no va en la dirección correcta y solo 39.5% opina lo contrario. Finalmente, un promedio más muestra que 54.5% tiene una opinión negativa de su presidente y 41.8% tienen una opinión favorable.

Estos datos son sorprendentes en vista de que en Estados Unidos siempre se ha aceptado como un hecho que un presidente es popular y ampliamente aceptado si la economía marcha bien. Con Trump se está rompiendo esa regla.

Aparentemente, a la mayoría de los estadounidenses no les gusta que su presidente sea racista, xenófobo, vulgar, ofensivo, narcisista, pedante y, francamente, mamón. Parece ser que quieren que su presidente actúe como un presidente real, como un hombre de Estado, como “el líder del mundo libre” y no como un amigo y hasta cómplice de tiranos como el príncipe heredero saudita, el dictador asesino de Corea del Norte, el violador serial de derechos humanos filipino y el nuevo zar de Rusia.

Hasta el momento de escribir esta columna, los resultados preliminares de las elecciones indicaban que los Demócratas podían quedarse, por una muy ligera mayoría, con el control de la Cámara de Representantes, que seguirán siendo minoría en el Senado y que varias gubernaturas serán suyas.

Ojalá que para Trump y sus Republicanos, hoy, el día después de las elecciones, sea un día amargo y desolador. Los resultados lo determinarán.

 

 

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