El guardabosques
 
Hace (54) meses
 · 
Compartir:

El espacio esencial de la literatura alemana es el bosque donde surgen los cuentos de hadas. En un claro alejado de la vida común, los ogros y las brujas tienen su oportunidad. Desde hace décadas, Peter Handke vive a las afueras de París, junto a una foresta que le permite caminar durante horas en los caminos que Martin Heidegger llamó “sendas de la madera”. Así cultiva una de las más asentadas tradiciones de la cultura alemana, la excursión como principio filosófico (en las principales universidades que ofician en ese idioma, una vez al año se celebra una wanderung en la que profesores y alumnos discuten sus temas decisivos).

En los años sesenta, Handke apareció en la escena literaria como una mezcla de Bob Dylan y Julian Beck, profeta del Living Theater. Sus primeras obras de teatro fueron deliberadamente transgresoras. Como su título lo indica, Insultos al público injuriaba al auditorio como una forma de las bellas artes. De manera emblemática, el outsider austriaco dedicó otra obra a Kaspar Hauser, el hombre sin identidad que de pronto apareció en una plaza de Alemania. Los poemas de El mundo interior del mundo exterior del mundo interior le granjearon la simpatía de la contracultura y su novela Carta breve para un largo adiós le otorgó dimensión existencialista a la road novel.

En Handke, la alta filosofía entroncó con la cultura popular. Desde su título, El miedo del portero al penalti reveló que la palabra angst no sólo incumbía a los seminarios de teoría del conocimiento, sino al solitario que es fusilado desde once metros de distancia.

Gran conocedor de la novela policiaca, Handke tradujo El amigo americano, de Patricia Highsmith, que Wim Wenders llevó brillantemente a la pantalla. Su colaboración con este cineasta alcanzó un momento culminante en El cielo sobre Berlín, también conocida como Las alas del deseo, historia de dos ángeles que llegan a la Tierra y pueden escuchar los pensamientos de la gente.

Después de recibir los premios más importantes de Alemania, Handke se volvió incómodo por su compleja postura ante la guerra de los Balcanes. Su madre era eslovena y él conocía bien Yugoslavia. Indignado por la condena unilateral a una nación que aún no acababa de consolidarse, escribió Justicia para Serbia, una extensa crónica en la que procura demostrar que ese pueblo estigmatizado por la comunidad internacional tiene rostro humano. Más conflictiva aún fue su presencia en el entierro del dictador serbio Milosevic.

Handke no fue un ideólogo ni un apoyador de la “limpieza étnica” promovida por Milosevic, pero juzgó que debía solidarizarse con la causa serbia. Su conducta puede ser criticable, pero la obra de un artista no se mide por su comportamiento familiar, político, social o religioso.

Desde el punto de vista estilístico, pocos autores han llevado la lengua alemana a la lúcida brillantez concebida por Handke. En mi ensayo “La vida de la mente” traté de dejar constancia de su destreza para convertir el pensamiento en una forma de la acción. Lo he traducido y he luchado, palabra por palabra, por transmitir la belleza de una lengua que combina el esplendor visual de las imágenes con la profundidad de las ideas. Basta leer Ensayo sobre el cansancio o La tarde de un escritor para entender que no hay asombro mayor que el de entender el mundo.

Las periferias de las grandes ciudades parecen hechas para negar la presencia humana. En su juventud, Handke escribió Cuando desear todavía era útil, colección de ensayos donde critica con furia los anodinos suburbios de París. De manera elocuente, tiempo después se fue a vivir a uno de ellos, acaso para demostrar que incluso en los espacios donde no debe haber historias ocurren las historias.

Lo más importante es que al lado de esa periferia está el bosque. Handke recorre ese espacio a diario y se queja de que sólo encuentra trufas una o dos veces al año. Los recorridos por las “sendas de la madera”, que sólo conocen los guardabosques y los taladores clandestinos, le proporcionan otra clase de riqueza: el fluir de las ideas que sólo se produce al caminar.

En un mundo de consumo y banalidades un escritor cuida el bosque. Autor imprescindible desde hace décadas, Peter Handke acaba de recibir algo que le interesa menos que las trufas, uno de los dos Premios Nobel que estaban pendientes.

Compartir:
Etiquetas:
Relacionados
title
Hace 46 minutos
title
Hace 2 horas
title
Hace 2 horas
Se dice
/seDiceGift.png
Especiales Criterio
/transformacion.jpeg
Suscribete
/suscribete.jpg
Más popular
Política actual impide el desarrollo: Marivel Solís
Por Gerardo Ávila . 24 de mayo de 2016
Por Gerardo Ávila . 9 de agosto de 2017
Por Federico Escamilla . 12 de febrero de 2018
Por Gerardo Ávila . 30 de noviembre de 2015

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad