El jinete sin cabeza
 
Hace (55) meses
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Iniciamos con esta publicación, la difusión de diversas leyendas y crónicas conservadas por la conseja popular pachuqueña y damos inicio con una de las más conocidas en el ayer, la del jinete sin cabeza, tradición que fue tantas veces contada en la sobremesa por nuestros abuelos, al calor de los recuerdos y el buen vino.

Todo empezó el 2 de septiembre de 1902, en un estrecho callejón del barrio La Palma, contiguo al del Arbolito. Poco después de que el reloj de repetición del Instituto Literario, lanzara sus ríspidas campanadas, recordando que eran las once de la noche, caminaba por aquellos rumbos un gallado jinete ataviado con un bien cortado traje de charro de color negro y botonadura de plata, tocado con un sombrero de fino fieltro, y copa cónica, cabalgaba por las calles Doria hacia las de Observatorio, era Juan Mireles, joven capataz de la mina del Bordo, quien se dirigía a la casa de su novia María Luisa, habitante de una pequeña casa ubicada en aquella barriada.

Al llegar a la bocacalle del callejón donde vivía su novia, Mireles quedó sorprendido al ver que su amada, platicaba en la ventana de su cuarto, con un hombre montado a caballo. Enloquecido por los celos, metió espuelas a su corcel y a toda marcha se acercó al desconocido, quien, al darse cuenta de la situación, jaló la rienda de su penco a fin de quedar frente Mireles, a quien vio desenvainar su machete, el caballo del desconocido retrocedió unos metros guiado por su dueño, lo que le permitió sacar rápidamente de la montura un arma similar, disponiéndose a repeler a su contrincante, de inmediato y sin mediar palabra, se enfrascaron en singular pelea. Las hojas de sus armas chocaron una y otra vez, el espacio del callejón era reducido; sin embargo, los dos jinetes maniobraban sus corceles con gran destreza para acometerse con la mayor furia. Los caballos relinchaban al sentir la fuerza con la que aquellos hombres jalaban las riendas; el choque chispeante de los machetes, era muestra del fragor de la batalla, que pronto despertó a los vecinos, quienes, pasmados ante aquel hecho, solo acertaban a mirar de lejos a los rijosos.

De pronto, un golpe seco, cercenó por el cuello la cabeza de Juan Mireles, la que rodó por el suelo aun con los ojos abiertos. El contrincante, echó el caballo hacia atrás, mirando rodar el cráneo por el callejón, pero quedó estupefacto, cuando se dio cuenta que el cuerpo de su oponente seguía erguido en la cabalgadura y aun blandía el machete, que en certero golpe le hirió el hombro derecho. Sin dar crédito a lo que acontecía, el desconocido jaló la rienda de su caballo y a todo galope abandonó el lugar de la contienda, pero el jinete descabezado, salió corriendo detrás de su enemigo calle abajo. Después todo fue silencio en el barrio.

Quienes observaron la contienda, muertos de miedo cerraron puertas y ventanas, sin atreverse a conocer el desenlace de aquella peculiar reyerta.  Cuando al día siguiente salieron de sus hogares, pensando que lo que habían presenciado era imposible o que había sido una pesadilla, pudieron percatarse de que allí en medio de la calle se encontraba aun la cabeza de Juan Mireles y charcos de sangre por todas partes.

Poco después llegaron al lugar, los Rurales, vieja policía montada de la ciudad, para tomar razón de los hechos; escucharon incrédulos la versión de los vecinos, misma que les pareció totalmente imposible.  Las pesquisas no arrojaron nada nuevo y el cuerpo del descabezado Juan Mireles nunca fue encontrado y nadie pudo identificar al misterioso jinete herido, que cerceno la cabeza de Mireles.

María Luisa, declaró que esa noche, poco antes de las once, escuchó que alguien tocaba a su ventana y pensando que era su novio, Juan Mireles, abrió,  dándose cuenta de que se trataba de un joven jinete al que no conocía, el que le manifestó su deseo de entablar relaciones de noviazgo, a lo que se negó rotundamente, por estar enamorada de Mireles; en esos momentos, dijo, se presentó su novio y empezó la reyerta. Asustada por lo sucedido, cerró la ventana y se puso a rezar mientras afuera se trababa el combate, pero juró y perjuró que nunca antes había visto a aquel joven.

La cabeza de Mireles, fue enterrada en el recién inaugurado panteón de San Bartolo, pero su cuerpo nunca fue encontrado, ni tampoco se supo nada del misterioso contrincante y contaban los abuelos que los vecinos de las calles de Observatorio en noches de luna llena, “oían un terrible alarido que casi desgarraba el alma, seguido de una corriente de aire,  que cruzaba por el callejón, después se sentía la presencia del jinete sin cabeza”, los cascos de caballo retumbaban por todo el barrio, muchos fueron los develados parroquianos que sorprendidos por el peculiar jinete descabezado tuvieron que poner pies en polvorosa, aun cuando aletargados por el alcohol ingerido en exceso en alguna de las muchas piqueras del barrio hubiera enturbiado sus cerebros, en ese momento todo era claro y había que correr para ponerse a salvo.

El tiempo ha pasado y hoy el panorama de las calles de observatorio y los callejones aledaños es ya muy diferente, el cemento armado cubre el sitio donde se generaron aquellos infaustos sucesos y la luz eléctrica alumbra el camino de quienes transitan a deshoras por esos lugares, dejando solo en la bruma de los recuerdos esta leyenda, que conocimos como el jinete sin cabeza.

La fotografía muestra a la calle de Doria en los años veinte cuando la leyenda del jinete sin cabeza, era contada por nuestros bisabuelos.

 

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