El origen del Barrio del Infierno
 
Hace (62) meses
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Espacios naturales de vida comunitaria, surgidos en razón de la inmediata vecindad, los barrios aparecen en los espacios urbanos, hermanando a sus habitantes en un ambiente de asociación solidaria hasta alcanzar, en muchos casos, cierta autonomía en comparación con el resto de la población. La trama social generada en su interior les singulariza y une en objetivos comunes para enfrentar, como si se tratara de una gran familia, adversidades y festejar de manera pública logros y triunfos.

La vida de cada barrio trasciende el hogar de sus habitantes y se patentiza en sus  calles, plazas, comercios y, en general, en los espacios públicos ubicados dentro de su entorno, donde la convivencia de los vecinos permite estrechar lazos de amistad entre sus habitantes hasta formar una verdadera liga fraternal.

Una característica fundamental de los barrios es el nombre que los distinguía. En Pachuca, regularmente derivaba de la mina o hacienda de beneficio metalúrgico cercana, de los templos, conventos, capillas o edificios públicos ubicados en sus inmediaciones, o bien, de los accidentes topográficos de su enclave, pero lo m+as común era nombrarlos de acuerdo con el nombre de la tienda y, sobre todo, de la pulquería o cantina más afamada.

Así, surgieron en el siglo XVI el barrio de La Motolinica (lugar pobre), ubicado al norte de la población; en el XVII, La Granada, cuyo caserío se encontraba alrededor de un árbol de este fruto; en el XVIII, San Juan de Dios, edificado al lado del monasterio y hospital de esa orden; en el XIX, La Caja, ubicado en la parte posterior de la Caja Real, o Santiago, junto a una ermita dedicada a este santo apóstol, por el actual rumbo de Calabazas, al oriente de la población.

Ya a finales del siglo XIX y principios del XX, surgieron con gran vertiginosidad los de Los Limones, junto a la fuente de este nombre en las calles de Mina; el muy conocido El Arbolito, aun existente, cuya denominación se derivó de la existencia de un pequeño árbol respetado por los vecinos allí establecidos; Porvenir, cercano a la mina de ese nombre, y así otros muchos más.

Pero la razón más socorrida para esa época, fue la de utilizar el nombre de la cantina o pulquería de más renombre. Así surgieron Las Flores de Abril, El Mosco, La Palma, El Atorón y otros.

En relación con ese bautismo popular, existe una peculiar historia, urdida entre la conseja, hacia el último tercio del siglo XIX, relacionada con un pequeño negocio ubicado en el cruce de las calles Observatorio y Zarco –entonces llamadas Ademadores y Empedradillo–.

Una cuadra arriba de la capilla de la Santa Cruz, negocio que era propiedad de una viejecita a quien se conocía como doña Gume, apocope de Gumercinda Solórzano. Se rumoró por aquellos años que, aprovechándose de la edad e ignorancia de aquella anciana, que no sabía leer ni escribir, un matrimonio recién llegado de Apan, formado por don Hilario Vaca y Florencia López, le hizo firmar la sesión de la propiedad en su favor, lo que ocasionó un fuerte disgusto y, en consecuencia, la muerte de doña Gume, que expiró maldiciendo a aquel par de trúhanes.

Pocos meses después de la muerte de la anciana, Hilario y Florencia levantaron en aquel lugar un modesto jacal de madera, donde establecieron una pulquería a la que bautizaron como El Jacalito, sitio muy concurrido por expender buen pulque y ricas y picosas fritangas, que obligaban a consumir la nacional bebida para apagar el picor de sus populares manjares.

Pero resulta que la airosa tarde del 2 de febrero de 1901, una chispa del anafre se alojó entre la madera del jacal y, avivada por el aire, produjo un abrasador fuego que pronto redujo a cenizas aquel sitio, dando al traste con el patrimonio de sus propietarios. Nuevamente, los dueños construyeron otra pulquería que bautizaron con el nombre de La Quemadita –que recordaba el fuego que consumió al jacal–, con la que pudieron recordar en poco tiempo a la clientela. Pero fue tan mala la suerte de los propietarios, que dos años después aquel expendio volvió a ser víctima de las llamas.

Porfiados los dueños, reconstruyeron el local, que abrió sus puertas con el mismo giro el jueves 2 de abril de 1908, al que ahora llamaron “El Incendio”, en clara alusión a lo sucedido; sin embargo, nuevamente el fuego dio cuenta del negocio y cobró la vida de Hilario, quien pereció en el siniestro.

Desalentada, doña Florencia, la viuda de Hilario, vendió la propiedad y se fue de Pachuca. Los nuevos dueños de aquella esquina reabrieron la pulquería un año después, bajo la denominación de “El Infierno” –que aludía a la fatalidad que persiguió al lugar–, nombre con el que se conoció más tarde al populoso barrio asiento de bravos mineros que creció alrededor del negocio, donde se recibió a decenas de mineros llegados a la comarca, entre quienes cobraron fama  aquellos sucesos que llamaban a la curiosidad a propios y extraños, sin faltar quien afirmara que aquella era cosa del otro mundo, atribuyendo los hechos a la maldición pronunciada al morir por doña Gume, la despojada propietaria de la heredad.

La fotografía que ilustra esta entrega, corresponde al barrio del Arbolito en 1921, a la altura del cruce de las hoy calles de Galeana y Candelario Rivas.

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