En 1955, hace ya 68 años, el efímero semanario El Pachuco dirigido por Rubén Ruvalcaba Olvera, publicaba un interesante artículo, en el que se describían y criticaban diversos proyectos que estaban por iniciarse en la capital del estado de Hidalgo, la nota firmada con el seudónimo El Claridoso por quien se decía vocero del pueblo y defensor de las tradiciones pachuqueñas; lanzaba diversas diatribas contra el gobernador Quintín Rueda Villagrán, a quien calificó de “hidalguense espurio” y destructor de la vida provinciana, sobre todo de la gran tradición minera de la ciudad, en razón de que según el columnista, el gobernador Rueda iba a transformar a Pachuca en urbe satélite de la Ciudad de México, con todos los inconvenientes que ello acarrearía.
Por más que se ha investigado, a la fecha no ha podido esclarecerse el nombre verdadero de aquel periodista anónimo, pachuqueño a ultranza, quien se manifestaba renuente a todo lo que podría significar cambio en una ciudad, que sí bien se mantenía con 60 mil habitantes –por prácticamente dos décadas esta cifra pareció estancarse– lo cierto es que la capital del estado, se veía ya rebasada por las crecientes necesidades, fundamentalmente debido al rápido aumento de automóviles que circulaban por las tortuosas y reducidas calles de la ciudad.
En aquellos años, el espacio urbano de la ciudad parecía atrapado por las barreras naturales de los cerros y montañas que le circundaban al norte, oriente y poniente así como por los depósitos de lodo mineral llamados jales, ubicados en las regiones sur y oriente del perímetro citadino, barricadas que difícilmente podían ser superadas de no iniciarse las obras que en aquellos años realizó el gobernador Rueda Villagrán.
La más importante acción de aquel gobierno, fue la demolición de la estación y patios del ferrocarril Hidalgo que abarcaban de la actual Plaza Juárez, al rancho de “Las Hortalizas” hoy Colonia Constitución por el sur y desde la Avenida Juárez hasta las riveras del Río de las Avenidas por el oriente “, porción de la ciudad que fue transformada con importantes obras de urbanización, tales como la remodelación de la mencionada Avenida Juárez y la ampliación de la Madero, a ambas se les dotó de un amplio camellón que dividió el tránsito en dos vías.
Por otro lado se abrió la avenida Revolución, paralela a la Juárez; al inicio y fin de estas vías fueron levantados tres importantes monumentos, el de los “Héroes de la Independencia” –frente a la actual Preparatoria Número Uno de la UAH– el del benemérito Juárez en la plaza de su nombre y el de la Revolución Mexicana, en el cruce de las arterias Revolución y Madero, a los que se aunó el de “Los Niños Héroes” levantado en el sitio donde se encontraba la antigua Colecturía de Diezmos de la parroquia de la Asunción –edificio que se convirtió desde mediados del siglo XIX en escuela, conocida en aquellos años como la “Oficial Ignacio M. Altamirano– todo ello, amén de la reubicación de otros monumentos más. La imagen de ese monumento en 1958, es la que ilustra este artículo.
A estas obras, se sumó la restauración de tres de los cinco claustros del exconvento de San Francisco, en los que se edificaron el Instituto Hidalguense de Bellas Artes, el Auditorio del Estado y la Biblioteca Pública, sitio embellecido con los murales de Roberto Cueva del Río y un delicioso jardín al frente (esta edificación alberga actualmente a la Escuela de Artes y al teatro San Francisco.)
Para los integrantes de mi generación, aquellos cambios, que desencadenaron otros muchos en Pachuca, fueron sustanciales en nuestra concepción de la vida urbana, pues complementariamente se experimentó la transformación del viejo Instituto Científico Literario Autónomo del Estado –ICLA– en Universidad Autónoma de Hidalgo –el 3 de marzo de 1961– Seguro es que al entonces presidente de la Junta de Gobierno del Instituto, licenciado Rubén Licona, le fue fácil demostrar la necesidad de aquella institución educativa, apoyado en la transformación de aquella ciudad.
Ya en 1953, se habían sumado a los estudios iniciales del ICLA, los de las Escuelas de Medicina –existente desde 1944– de la Escuela de Derecho, establecida en la calle de Arista en 1953 y ya en 1959 el establecimiento de la Escuela de Trabajo Social. En tanto, otras instituciones educativas, como la Escuela Normal para profesores, incrementaba sustancialmente su matrícula y media decena de escuelas de comercio, – la del Instituto Anglo Español, la de la escuela Hijas de Allende y de las Academias Roy, Pitman, Barranco, Martínez y Maestro Mexicano– formaban a quienes se harían cargo de asuntos secretariales y contable-administrativos en diversas oficinas públicas y privadas.
A todos estos años vinieron a sumarse, el aumento de gasolineras, la apertura de la primer tienda de autoservicio –La Súpertienda de las calles de Guerrero– la apertura del hospital Garza Ríos, el incremento de automóviles de alquiler y de líneas de transporte público, entre otras cosas.
De modo que las diatribas y acusaciones de aquel periodista de mediados del siglo XX, autollamado El Claridoso, lejos estaban de retratar la verdadera situación por la que atravesaba el Pachuca de aquellos años, aunque si dejaba en claro su intolerancia y tal vez de algunos ciudadanos insatisfechos de la capital del Estado. Hoy a 63 años de aquellos sucesos, sería imposible concebir al Pachuca de nuestro tiempo, sin esas obras que ampliaron los horizontes de esta ciudad que ha rebasado de manera sustancial aquellas fronteras en tan solo seis décadas, pero habrá desde luego ¿algún moderno Claridoso?
