Espanto en las fosas del desierto
 
Hace (53) meses
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Busquen en la Ostionera número dos”, decía el mensaje recibido por el colectivo Madres Buscadoras de Sonora. El grupo había anunciado que iniciaría la búsqueda de familiares desaparecidos en las cercanías de Puerto Peñasco. “No nos interesa encontrar a los responsables, lo que nos interesa es saber dónde están nuestros hijos: queremos recuperar lo que nos quitaron”, declaró una de las integrantes del colectivo.

El miércoles 24 de octubre, poco después del amanecer, el grupo formado por una decena de madres de familia se dirigió al baldío conocido como la Ostionera número dos, a ocho kilómetros de Puerto Peñasco.

Era una tierra dura, seca, desértica, en la que —de acuerdo con Nancy, una de las integrantes del colectivo— fue posible advertir desde el primer momento que había “montículos de tierra encimada o removida”.

Cerca de 15 mujeres comenzaron a picar la tierra con varillas de hierro. Esas varillas son conocidas en el colectivo como “videntes”. Un pequeño orificio las atraviesa de una punta a otra. “Cuando el olor a muerte sale por el orificio, quiere decir que abajo hay una fosa”, dice Nancy.

Aquella mañana, al primer golpe, surgió el olor de la putrefacción. “Un olor infernal, horrible, deprimente”. Algunas mujeres tuvieron arcadas. A lo largo de esa jornada aparecerían los restos de 13 personas: 12 osamentas que conservaban aún las prendas de vestir, y un cuerpo hinchado, con tejidos sanguinolentos “a punto de explotar”.

El grupo regresó el jueves 25 de octubre. Trabajó en el desierto bajo un sol que rozaba los 35 grados. El horror fue aún mayor: 14 osamentas completas en las fosas malditas de Puerto Peñasco.

El colectivo volvió al desierto el viernes 26. Las mujeres trabajaron de nueve de la mañana a siete de la noche. Ese día el desierto les devolvió los restos de otras 15 personas. De catorce de ellas solo quedaba la osamenta. Había también un cuerpo corroído por los gusanos. La Ostionera era un cementerio del mal.

Como en el resto del país, 2019 ha traído a Sonora una atroz oleada de sangre y de fuego. La lucha entre la gente de Rafael Caro Quintero, los hijos de el Chapo Guzmán (los Chapitos), el Cártel Jalisco Nueva Generación y el grupo conocido como Los Salazares (encabezado por Adán, Alfredo y Crispín Salazar), así como el intento de La Línea, un grupo de Chihuahua, de conquistar parajes de la sierra de Sonora, han precipitado al estado en una cauda de desgracias y de horrores nunca vistos. Los dos niños quemados hace unas semanas dentro de una vivienda revelaron la barbarie de esa guerra.

En agosto pasado, el jefe de Los Salazar en Hermosillo fue asesinado en un concurrido restaurante. El video de su muerte se hizo viral: Sergio del Villar, conocido como el Napoleón, conversaba con dos mujeres en aquel sitio; un hombre, con el rostro oculto bajo una cachucha, ingresó en el restaurante y le disparó dos veces en la cara.A los pocos días, el hijo de Del Villar también fue acribillado.

Ante una Guardia Nacional que ha sido incapaz de parar la violencia, los homicidios se disparan en Cajeme, Hermosillo, Guaymas, Empalme y San Luis Río Colorado. Cajeme es ya la quinta ciudad más violenta de México. En menos de un año, han sido asesinados en el estado 32 policías.

Ahora aparecen 42 restos humanos, separados solo por unos cuantos metros. La densidad demográfica de la muerte en Puerto Peñasco compite con la de las fosas halladas en Guaymas y Hermosillo: es la densidad del espanto. La densidad del pavor.

 

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