Evacuar la palabra
 
Hace (75) meses
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Los políticos hacen muchas dagas, y algunas cosas buenas. Entre las dagas que suelen hacer y que más cuestan económica y socialmente, porque generan desconfianza y trastocan la visión del país, es distorsionar la información para usarla a su conveniencia. Vemos como normal que un político mienta o diga medias verdades o sólo la parte de la verdad que le conviene. Peor aún, esa capacidad para distorsionar la realidad es aplaudida como una astucia, como un activo político. Los políticos se quejan de lo mal que hacemos nuestro trabajo los periodistas, no lo voy a negar ni a discutir, pero no es lo mismo informar mal (periodismo chafa) que mal informar (estrategia política de comunicación).
Después de los ciudadanos, las víctimas más frecuentes de los políticos son las palabras. En boca de los políticos las palabras sufren de un terrible fenómeno de vaciamiento, pierden su significado para convertirse en vulgares insultos o lugares comunes ausentes de sentido. Javier Lozano llama a Anaya “joven dictador” porque le parece que es una buena puntada. El candidato José Antonio Meade dice que Javier Corral es un gobernador que tortura, sin aportar una sola prueba de ello, sólo porque le parece que esa acusación abona al desprestigio del enemigo político. Anaya culpa a Meade de “la crisis económica”, cuando la economía mexicana no está en crisis. Sin duda crece menos de lo que quisiéramos, o que a muchísimos mexicanos no les alcance para los gastos básicos, pero eso no es una crisis. Ante un problema de inseguridad los políticos hablan de inmediato de “estado fallido” o a cualquier desorden los califican como “caos”, con el único afán de hacer exagerar una situación.
Entre los “significados alternativos” de la clase política mexicana y los “hechos alternativos” del gobierno de Donald Trump hay solo un paso. Nos reímos y criticamos mucho de lo que pasa en la Casa Blanca, pero vamos para allá que volamos. Cuantas veces hemos escuchado la frase “nosotros tenemos nuestros números” para desvirtuar algo tan concreto como el resultado de una elección. Sólo entre los políticos la suma de los mismos números de las actas de las casillas puede dar un resultado diferente. Lo peor del caso es que lo hemos normalizado a tal grado, que publicamos en los medios ese tipo de declaraciones absurdas sin reírnos a carcajadas, que es lo que deberíamos hacer, de quien lo dice.
Evacuar las palabras, vaciarlas de sentido para convertirlas en caja de resonancia de sus propios egos, ha sido la peor herencia de la clase política. Recuperar la ética de la política pasa en gran medida por recuperar el valor de la palabra. Honrar la palabra, como les gusta decir pomposamente a los políticos, no es sólo cumplir con lo que prometen (esté o no firmado ante notario) sino comprometerse con lo que dicen, darle valor al significado de las palabras.

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