Facilda Lasestas
 
Hace (69) meses
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Facilda Lasestas, mujer de amplio criterio y generosidad más amplia todavía -a ningún hombre negaba nunca un vaso de agua, decidió cambiar de vida y retomar la senda de la virtud y el bien, de la cual se había apartado por completo. Fue con el padre Arsilio, e hizo confesión general de sus pecados, lo cual le tomó casi nueve horas. De penitencia el buen sacerdote le impuso ir a un retiro espiritual. Al segundo día Facilda le comentó a una de las asistentes: “Mis piernas ya se han de haber aburridas una de la otra. Nunca habían estado juntas tanto tiempo”… Pepito llegó de la escuela. Su papá le preguntó: “¿Qué te enseñó hoy la maestra?”. “Nada -respondió el chiquillo-. Traía pantalón”. Avaricio Cenaoscuras, hombre ruin y cicatero, se vio obligado a oír la queja de su esposa. Le dijo la señora: “Estoy muy cansada. Hace mucho me prometiste que me llevarías a cenar, y no lo has hecho. Creo que ésta es una buena ocasión para que cumplas tu promesa”. “Está bien -se resignó el cutre-. Te llevaré al Colón”. La señora se alegró: “¿A ese lujoso restorán que se acaba de abrir?”. “No -aclaró el avaro-. Al colón que se hace en la taquería de la esquina”… Chicholina tenía el busto muy benefi ciado. Su problema era que anhelaba cantar acompañándose ella misma con la guitarra, y no podía hacerlo porque la medida de su busto le alejaba el instrumento de tal modo que no lo alcanzaba. Así pues fue con una cirujana plástica y le pidió que le redujera el busto. El día de la intervención, estando ya la chica bajo los efectos de la anestesia, dijo la doctora: “Olvidé preguntarle a Chicholina de qué tamaño quería que le dejara el busto. Nadie mejor que el residente para opinar sobre esto: él sabrá qué tamaño de busto prefi eren los hombres en las mujeres”. .Hizo venir al joven practicante y le explicó el problema:
“Esta paciente no puede tocar la guitarra por lo grande de su busto, y me pidió que se lo redujera. ¿De qué tamaño crees que se lo debo dejar de modo que les guste a los varones que la van a oír?”. El muchacho echó una mirada al problema -a los dos problemas- y luego expresó su opinión: “Doctora: sería una pena echar a perder esto. ¿Por qué no le sugiere que mejor toque el violín?”. Simpliciano, joven adinerado pero ingenuo, se iba a casar con Pirulina. Unas semanas antes de la boda alguien le informó que su novia había corrido ya algo de mundo. “Ahora no sé si casarme -decía muy afl igido-, pero a pesar de todo sigo queriendo a Pirulina”. “Cásate con ella -le aconsejó un amigo-, y mira tu matrimonio como una sociedad industrial: tú pones el capital y ella la experiencia”. Un año después del matrimonio Simpliciano tenía la experiencia y Pirulina el capital). El elegante lord inglés leía en su casa el Times de Londres fumando su pipa y apurando a pequeños sorbos una copa de oporto. James, su fl emático mayordomo, se llegó a él y le dijo inexpresivo: “Creo mi obligación mi lord, comunicar a su excelencia que su esposa se encuentra en la alcoba acompañada en su lecho por un individuo a quien nunca he visto aquí”. Lord Bighorn dobló parsimoniosamente su periódico; apagó su pipa; dejó la copa a un lado y luego le pidió a su mayordomo: “Ve a la sala de armas y tráeme mi rifl e Magnum, el que uso para la caza mayor”. James salió y regresó poco después con el rifl e. Lord Bighorn le puso una bala en la recámara y junto con James se dirigió a la de su mujer. Abrió la puerta; observó brevemente la escena; levantó el rifl e y ¡bang!, con un solo disparo dejó frío al acompañante de su esposa. El mayordomo exclamó lleno de admiración: “¡Qué tiro, milord! ¡Y eso que se estaba moviendo!”… FIN.

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