Historia usual… con sonrisa
 
Hace (70) meses
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Era 1970. La Selección se aprestaba para el Mundial; jugaba partidos de preparación. Había optimismo en el ambiente. En 1966, en Londres, los resultados no habían sido malos. México había empatado con Francia a uno (gol de Borja) y con Uruguay a cero, pero perdió con Inglaterra 2 a 0, a pesar de que, como se decía entonces, Nacho Trelles había metido hasta el camión en el área chica. Pero, caray, la Verde regresó con dos empates más que decorosos. Satisfechos pero eliminados. No había entonces tanta exigencia ni malas vibras por todos lados.
Trelles había sido sustituido por Raúl, El Güero, Cárdenas como director técnico; los tricolores acababan de vencer a Perú 3 a 1 en el Azteca y luego fueron a jugar otro partido a León y ahí las mismas selecciones empataron a 3. Un incidente, sin embargo, vino a nublar el clima apacible en el que navegaba la Selección. Manuel Seyde, aquel comentarista estelar del Excélsior, el que bautizó a los seleccionados, de manera abusiva pero graciosa, como los Ratoncitos Verdes, el que no creía que fueran realmente profesionales sino amateurs con sueños de grandeza, el que inyectaba una buena dosis de cotorreo y mala leche a su columna Temas del día que publicó desde 1935 hasta 1983, lo narró de una manera juguetona, sabrosa:
“Llegó Semana Santa. Los habitantes del D.F., en racimos, partieron rumbo al mar. Semana Santa sin promiscuidad a la orilla del mar, cuando éste huele a orines y a humanidad, no es Semana Santa. Para las minorías, Semana Santa es sedante y cómoda en un D.F. desierto y tranquilo que parece indicar… que lo único detestable del D.F. son sus habitantes. Pero las mayorías mandan, y esas se marchan, atropellándose hacia Acapulco, en donde los espera el tequila, la cerveza, el ceviche… la canción desgarrada y el ritmo a go-gó. Un mundo de relajo al amparo de las leyes, y muchos estiran su libertad de Semana Santa hasta la mariguana al pie del mar”. (La fiesta del alarido y las copas del mundo. 1984).
Y a ese puerto viajó la Selección para que los jugadores, cansados y tensos, pudieran relajarse ante el fuerte compromiso que tenían enfrente. Era un respiro bien ganado, justo y necesario. Sigo con la maliciosa (no histérica) versión de Seyde: “El señor Cárdenas tenía, entre muchas atribuciones, la de velar por la integridad moral del grupo y los contaba a la hora de irse a la cama después de que habían retozado, muy monos, en una playa atestada y en donde los rodeaba la mirada femenil, casi prometedora de solo pensar que aquellos tipos tenían tanto tiempo de estar enclaustrados, vitaminados, apapachados, preparados para arrojar, en un lance, todas las fuerzas del macho…”. Y sucedió, como en una tragedia griega, lo que tenía que suceder: Una noche, “faltaban dos… y el señor Cárdenas, para esperar el arribo (de los evadidos), se tendió en la cama de uno de ellos, boca arriba, las manos bajo la nuca… Cuando el día empezaba a invadir el panorama, el señor Cárdenas llegó a la conclusión de que era demasiado esperar… A las 10 horas, ellos no estaban aún… Durante todo el día nadie vio a los desertores”.
Los faltantes eran Ernesto, El Tato, Cisneros y Gabriel Núñez. Ambos seleccionados en Londres. Núñez había jugado los tres partidos y Cisneros solo el tercero contra Uruguay; el primero era un tenaz defensa central y el segundo un buen delantero. Pero agrega Seyde: “Cisneros con vocación de cantante de ranchero para lo cual no le estorban las piernas, y Núñez, meditabundo, ensimismado, deambulando en un interior árido”, decidieron realizar una pequeña fuga buscando la vida auténtica.
Por supuesto luego aparecieron. Como apunta la canción: no estaban muertos, andaban de parranda. Y empezó el escándalo. Eran “violadores de un reglamento que nadie conocía, y la gente empezó a opinar, toda ella dividida”. La Comisión Organizadora de la Selección Nacional decidió expulsarlos y sus compañeros se solidarizaron, de palabra, con ellos. Nacho Calderón, el portero, dijo: “Ellos han rendido muchísimo dentro del cuadro y la infracción que cometieron no amerita que se les expulse”. Y Enrique Borja fue más certero y sagaz: “Nos trajeron a Acapulco para divertirnos y olvidarnos un poco del futbol. Se supone que debe haber cierta tolerancia”. No obstante, ni Cisneros ni Núñez aparecieron en el Mundial.

 

José Woldenberg
Agencia Reforma

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