Isaac Piña Pérez, a 50 años de su deceso
 
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Hace exactamente medio siglo, el martes 29 de abril de 1969, pocos minutos antes de las 9 de la mañana, un helicóptero de la Procuraduría General de la Republica partía de un terreno baldío — donde hoy se encuentra la Escuela Everardo Márquez— llevando a bordo a los señores licenciado Isaac Piña Pérez, procurador General de Justicia del estado; teniente coronel Carlos Castelán Canales, director general de Seguridad de la entidad; licenciado Antonio García Torres, agente del Ministerio Público Federal y delegado de la Procuraduría General de la República, y el piloto de la nave.

Pocos minutos después, no arriba de cinco, el autogiro se desplomó en pleno centro de la ciudad, en la calle Hidalgo —a la altura del jardín de niños Amado Nervo—; todos los tripulantes de la nave murieron, salvo el licenciado García Torres, que inexplicablemente salió por su propio pie sin lesión alguna.

Sin duda, toda vida humana es valiosa; sin embargo, sin menos precio de quienes perdieron murieron en tal incidente, el deceso de Isaac Piña fue una tragedia para la vida
cultural hidalguense; con apenas 46 años de edad, Piña era toda una celebridad, miembro de la Academia Nacional de Historia de la patrocinada por la UNAM, catedrático de la Escuela de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Hidalgo, articulista en revistas y periódicos de la entidad; todo ello independiente de una larga trayectoria como
servidor público.

Bajo su dirección se celebraron, 969, los lucidos festejos del Centenario de Hidalgo —el 16 de enero— y del antiguo Instituto Literario, convertido en Universidad desde 1961 —el 3 marzo—. Edición de libros, discos y la realización del Primer Congreso de la Cultura Hidalguense, además de obras como la Rotonda de Hidalguenses, ilustres —levantada en el Panteón Municipal— y la plaza Juan C. Doria en la segunda calle de Guerrero fueron algunas de las acciones realizada, e impulsadas por él.

Piña Pérez nació en Atotonilco el Grande pero radicó desde pequeño en Metztitlán; la tierra de sus padres, el profesor Malaquías Piña Josué y de la señora Lucía Pérez, se destacó desde joven, como poeta e historiador, sin soslayar su extraordinaria inteligencia jurídica. Incursionó con éxito en el periodismo cultural, publicó monografías históricas de diversos lugares del estado de Hidalgo, así como ensayos y poemas logrando obtener la Flor Natural de Aguascalientes —hoy Premio Nacional de Poesía— con su composición Repique por Guadalupe Posada. Por otra parte, su Historia del Estado de Hidalgo y su cuento La mula golondrina fueron ganadores de sendos concursos convocados por el periódico El Nacional. Su obra es vasta y ha resultado fundamental para recatar el patrimonio cultural hidalguense.

Le recuerdo en un abrir y cerrar de ojos, sentado en la mesa del Café Niza de las calles de Doria, fumando uno de aquellos cigarrillos extra largos marca Record, enfundado en un traje oscuro, atisbando tras los espejuelos verde claro la corrección a sus trabajos de la revista Grafica de Hidalgo o corrigiendo mis primeras incursiones en la literatura histórica, siempre confiada a sus atinados consejos.

El tiempo ha transcurrido inexorable y rápidamente, mas su voz suena aún en el tímpano auditivo del recuerdo y su imagen en la retina de la memoria, como si no hubieran trascurrido 50 años, medio siglo de acontecimientos que han transformado al mundo como jamás antes sucedió, a merced de los adelantos científicos y tecnológicos puestos en marcha en los últimos años; sin embargo, quien desee adentrarse en la historia de Hidalgo tendrá que acudir a sus trabajos que hoy, gracias al esfuerzo de la Universidad Autónoma del Estado, podrán consultarse a través de la antología que publica con motivo del cincuentenario de su fallecimiento.

Muchos de los ya viejos profesionistas del Derecho le recordarán aún, caminando con paso apresurado o a bordo su Volkswagen sedán blanco, al que apodamos El Humboldt, por haber sido el medio en el que incursionamos en los rastreos arqueológicos de las regiones cercanas a Pachuca y las de Atotonilco el Grande, Metztitlán o Tepeapulco.

También podrá recordársele cuando contaba con toques de pie las silabas, al escuchar la lectura de versos de los aprendices de poeta, costumbre heredada, según decía, de las reuniones del grupo Vórtice, que unió a los hombres de letras más connotados de mediados del siglo XX.

Pero lo que será desde luego inolvidable será recordar sus cátedras de Derecho Internacional Privado y Filosofía del Derecho, llenas de amenidad y sabiduría, que mantenían la atención de los alumnos de cabo a rabo en cada clase; por ahí, en el baúl de los recuerdos guardó una vieja cinta magnetofónica que solía escuchar con frecuencia, hasta que el aparato
dejó de funcionar.

Hoy, la Universidad Autónoma de Hidalgo rendirá un homenaje a su memoria, al bautizar con su nombre a la sala de recepciones profesionales del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, en presencia de su hija, la doctora Norma Lucía Piña Hernández, ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

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