Joaquín Cravioto Muñoz, científico hidalguense
 
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El pasado viernes 9 de abril se cumplieron 20 años de la muerte del doctor Joaquín Cravioto Muñoz, uno de los científicos más connotados del siglo 20, oriundo de Pachuca, ciudad que le vio nacer el 12 de septiembre de 1922. Sus 76 años de vida, fuero sin duda, un verdadero paradigma para la ciencia médica, un camino a seguir para los investigadores y un ejemplo para todos los que le conocimos.
Bajito de estatura –aunque la estatura de los hombres no debe medirse del suelo a la cabeza, sino de la cabeza al cielo–, de tez morena, labios gruesos y mirada penetrante, era como dijeran los clásicos; todo un Cravioto con un parecido extraordinario a su tío abuelo, el General Rafael Cravioto, gobernador del estado en varias ocasiones entre 1876 y 1897, cuando cayó de la gracia del caudillo Porfirio Díaz, a cuya vera luchó durante la Intervención Francesa y después en la Revolución de Tuxtepec, y como él, su sobrino nieto, Joaquín Cravioto, se hizo militar, para estudiar la carrera de medicina.
El viejo Instituto Científico y Literario del Estado de Hidalgo –hoy Universidad Autónoma– fue el primer escenario de su inclinación científica. Entre 1935 y 1939, cruza con notas laudatorias las cátedras de los: García Isunza, Torres Cravioto, Herrera Frimont y toda una pléyade de grandes maestros. Los gruesos muros del nidal egregio de las calles Abasolo en Pachuca, le vieron marchar, para matricularse en la vieja escuela de Medicina del H. Colegio Militar ubicada en la calle de Arcos de Belén número 8, en la Ciudad de México, de donde egresó a finales del año de 1945.
Los primeros años de su ejercicio profesional fueron una vertiginosa secuela de trabajo científico, ello tras de ser comisionado para realizar una maestría en Ciencias Sanitarias; primero aprovecha una beca de la Compañía Mead Johnson, que le permite hacer estudios de pediatría, en Chicago, con el doctor Henry Poncher y luego en Nueva York con Emerett Holt; para 1954, se le encuentra matriculado en la afamada Universidad Sueca de Gotemburgo –que años después le premiaría por su trabajo científico–; a finales de los años 50 es nombrado subjefe de la FAO y se traslada a Italia, donde continúa sus estudios e investigaciones en países de Europa y África.
Entre 1961 y 1964, como director del Instituto de Nutrición de Centroamérica, reorienta sus investigaciones, dentro de un esquema nuevo, entender la influencia de los factores sociales en los problemas de nutrición y la repercusión de estos en el crecimiento y desarrollo de las personas a partir del nacimiento, investigación que durante más de 20 años le permitió observar este fenómeno en un poblado del estado de Morelos.
Mientras continuaba su trabajo en los hospitales pediátricos de la Ciudad de México, impartía cátedra en la Escuela de Medicina de la UNAM y realizaba largas estancias en universidades extranjeras; a iniciativa suya se creó el Instituto Nacional de Ciencias y Tecnología de la Salud del Niño (Incytas), en tanto que conquistaba logros y premios como el Nacional de Ciencias y Artes de México, el de la Universidad de Gotemburgo, el Reina Sofía de España y el Citation Classic –al considerar indispensable citarlo en temas de su especialidad–, todo ello además de una docena de galardones más.
Pero el doctor Cravioto no se fue nunca de Pachuca; cuantas veces le fue posible, visitaba a su hermano el Profesor Rafael Cravioto Muñoz, con quien conversaba y discutía fraternalmente sobre temas científicos y literarios, mientras degustaban de un buen vino o una taza de café; tal fue su cariño a esta ciudad, que envió a su hijo Alejandro –de quien tomamos gran parte de la información para este artículo– a efecto de que realizara en la ya universidad Hidalguense sus estudios de bachillerato, quien por cierto, ha logrado grandes conquistas académicas entre, ellas la de haber sido designado director de la Facultad de Medicina de la UNAM.
En 1987, durante mi estancia en la Rectoría de la Autónoma de Hidalgo, le invité como asesor del Consejo de Investigación, cargo que aceptó de buen agrado. Con su orientación iniciamos cuerpos de investigadores en cada Instituto, con lo que pudo fomentarse esta actividad académica y reorientar los programas existentes en los centros dedicados a tal función universitaria, sus estancias aquí, redundaron en conferencias, talleres y cátedras especializadas, ello amen de las tertulias y cenáculos donde pasábamos largas horas de animada charla.
Al concluir mi gestión rectoral, nos seguimos reuniendo, unas veces en mi biblioteca, otras en las de su hermano Rafael o la del doctor Pedro Espínola Noble. Afectado del corazón desde muchos años atrás, pero sobre todo a causa de su afición al tabaco, el 9 de abril de 1998 –hoy hace 20 años– me desperté con la noticia de su muerte, la muerte del tal vez más importante científico hidalguense del siglo 20, el doctor Joaquín Cravioto Muñoz.

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