La ambición hegemónica
 
Hace (70) meses
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No hay aduana en Morena. Los ambiciosos pueden venir del PAN o del PRI y alojarse de inmediato en Morena. Pueden haber servido al sindicalismo más corrupto o haber trabajado para las satrapías más siniestras. Para acampar en Morena no se necesita dar explicación. Olga Sánchez Cordero, propuesta por Andrés Manuel López Obrador para ocupar la Secretaría de Gobernación, piensa que esa política muestra el carácter incluyente del partido. Más aún: cree que afiliar sin pedir el mínimo requisito pone en práctica el principio constitucional de no discriminación. Aquí no discriminamos a nadie, parece decir con orgullo. En realidad, esa carencia revela que Morena no se concibe como un partido, sino que tiene la ilusión de encarnar todo el mundo político. ¿Es casualidad que Morena rechace la pe de partido en su nombre?
Un partido es un ángulo no la totalidad del aro. En la tradición democrática, todo partido se reconoce como fragmento, como una porción organizada de la sociedad unida por ideas y proyectos comunes. Desea, por supuesto, la expansión. Quiere crecer, propagar su proyecto, multiplicar su influencia. No puede ser una asociación hermética, pero pierde sentido cuando arrolla los contornos indispensables. Como órganos del pluralismo, los partidos necesitan membranas que los separen de sus adversarios, que den sentido a la pertenencia y que sirvan de orientación a los votantes. La fervorosa convicción antipluralista del fundador de Morena ha sellado a la criatura. En la campaña del 2018, impulsado también por la enorme cargada de oportunistas, Morena pretende presentarse como la síntesis política de México. La voz de la legitimidad histórica.
Temo que la coalición que se ha formado en esta temporada trascienda la estrategia electoral. No se trata solamente de ampliar la base de votantes sino de rehacer el mapa y la dinámica de la política. El partido más joven del escenario nacional se perfila a ganar la Presidencia de la República. Pero eso, tal vez, sea lo de menos. Lo que viene no es una simple alternancia como la del 2000. Estamos por presenciar la sacudida más profunda al sistema de partidos que hayamos vivido en nuestra historia moderna. No dedico tiempo a examinar la crisis de sus adversarios. Simplemente digo que bien podemos anticipar que el PRI quedará reducido a la irrelevancia y que el PAN se sumirá en una profunda crisis interior que le dificultará plantar cara a la nueva hegemonía.
Eso es lo que imagino: no una nueva mayoría, sino una nueva hegemonía. No un nuevo partido mayoritario sino un avasallador bloque político. Será un bloque amplio, popular, legítimo. Representará una esperanza de oxigenación. Presumirá mandato. En el tercer intento de López Obrador, está puesta la mesa para una sacudida histórica. El profundo desprestigio del proyecto de modernización, la barbarie de la violencia cotidiana, la obscenidad de la corrupción preparan una mudanza sin precedentes. Es de esperarse que el terremoto de julio será acompañado por réplicas sucesivas. Tras el voto, seguirán seguramente las migraciones hacia el campo de los ganadores. La nueva hegemonía, recuerdo de la previa, tendrá satélites. Los ultras serán de gran utilidad para ese proyecto que busca cubrir todo el arco de las posibilidades públicas. La nueva hegemonía podrá definir la ley e irá ocupando poco a poco los órganos del Estado. Y a diferencia de la hegemonía postrevolucionaria, tendrá un carácter marcadamente personal. Una hegemonía al servicio de la Cuarta Estatua.
Aún antes del voto, podemos decir que la vieja brújula está rota. Muy pronto tendremos otro cuadrante y una nueva cartografía. Si cambiará la mecánica del poder no será solamente porque las piezas se reacomodarán, sino porque las ambiciones son de otra naturaleza: el relato de la Cuarta Transformación debe ser tomado en serio. El cuento importa porque, más allá de su dirección, significa un rechazo a las cadencias del reformismo y, sobre todo, a sus exigencias de moderación. El argumento histórico de López Obrador es precisamente que el reformismo es una trampa, una farsa. El cambio auténtico supone abandonar esa ruta de negociaciones que, a su entender, es el camino de las traiciones.
Todos estaremos a prueba.

Jesús Silva-Herzog
Agencia Reforma

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