La historia se repite una y otra vez
 
Hace (61) meses
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Fue en marzo de 1998 cuando una turba de vecinos de Huejutla irrumpió en la comandancia del Palacio Municipal y sacó por la fuerza a dos sujetos que habían sido acusados de intentar secuestrar a unas menores.

Fueron las voces instigadoras y cargadas de odio las que alertaron a los vecinos de que estos maleantes iban a ser liberados y fue suficiente que el locutor de una radiodifusora, principal medio de comunicación de la región, azuzara a una multitud que, sin pensar en las consecuencias, golpeó y colgó a los acusados en el kiosco de la Plaza.

A la vuelta de 20 años, otra vez en Hidalgo se daban estos hechos que, justificados por una ausencia de justicia, mostraban intolerancia, falta absoluta del respeto a la vida y la sangre fría, que solo los homicidas pueden tener, para golpear salvajemente a personas hasta matarlas o, en algunos casos, observar la escena de que fueran quemadas vivas sin tener el menor remordimiento y, lo más grave, sin llamar a la cordura.

Hace 20 años en Huejutla, donde la mayoría de la población es indígena, los vecinos fueron incitados por un locutor que solo cumplía una orden pagada para movilizarlos buscando una justicia que según ellos no llegaba y los culpables no recibían una condena.

El odio, la ignorancia, el hartazgo, fueron los ingredientes que aquella noche de marzo, hace ya casi 21 años, terminaron con la vida de dos hombres colgados en los barrotes de un kiosco.

Como la turba se constituyó en juez y verdugo, jamás se sabría con certeza si los hombres señalados eran culpables de los cargos por los que se les dio muerte.

A la vuelta de dos décadas, todo parece indicar que no hemos aprendido nada absolutamente, ni autoridades ni sociedad, y desde ese funesto 1998 y hasta la fecha los linchamientos parecen no tener fin.

¿Qué chingados nos pasa como sociedad?

Cierto, hay hartazgo, hay promesas de justicia que son solo eso, promesas, la impunidad parece ganar la batalla y en nombre del debido proceso se cometen toda clase de arbitrariedades, pero, como decía mi madre, siempre hay un pero. ¿Qué nos sucede?

Porque lo inmediato es hacer justicia por propia mano, así de sencillo, sin tomar en cuenta ni el más mínimo atenuante.

Pero, ¿alguien se ha puesto a reflexionar qué hay detrás de esos arrebatos justicieros que terminan en quemar vivos a personas que ni siquiera tuvieron la chance de defenderse?

En cada linchamiento la degradación de los verdugos se hace mayor y todos tenemos parte de culpa.

Hoy la sociedad no ha reparado en los mensajes de odio virtuales y que, como hace 20 años en voz de un locutor, hoy las redes sociales son capaces de movilizar a multitudes que muestran ignorancia, intolerancia y una sed de venganza en muchas ocasiones sin una razón aparente.

Ese odio violento y descarnado que lleva no solo al linchamiento físico, sino al linchamiento mediático.

Cuando no somos capaces de moderar nuestros juicios hacia otra persona y la agredimos por el solo hecho de seguir a una tuba virtual.

Cuando exigimos no discriminar, pero en las redes nos referimos a nuestros supuestos opositores con insultos.

Los linchamientos nos deberían avergonzar como sociedad, pero los linchamientos mediáticos nos demuestran que, en lugar de avanzar, vamos para atrás como los cangrejos.

Palabras más, palabras menos.

Y ya que hablamos de linchamientos mediáticos, por qué no en lugar de insultar y atacar a las autoridades municipales, todos los involucrados piensan en resolver esa huelga que solo afecta a los pachuqueños. No chinguen, y no es insulto, es una súplica.

Espero sus comentarios.

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