La red oscura
 Hace (52) meses · 
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Nabokov dijo que la palabra “realidad” debe escribirse entre comillas porque toda percepción del mundo es subjetiva. La propuesta cobra mayor sentido ante la realidad virtual. Los teléfonos celulares pertenecen a una tecnología superior a la del Apolo XI, pero lo más asombroso no es eso, sino que tengan más información sobre nosotros de la que jamás le daremos a otra persona y que dicha información se use al margen de nuestra voluntad. Llevamos una existencia verificable en la normalidad donde se come yogur y se paga la renta, y una existencia espectral en las redes.

Esta es la parte “sencilla” del asunto. La situación se complica porque la intrincada cibernética puede ser usada con deliberada secrecía. La noticia de los hackers que vulneraron las redes de Pemex y piden un rescate millonario en criptomoneda tiene que ver con una de las derivaciones más complejas de la era digital: la red oscura.

Ninguna riqueza se cotiza tanto como los datos personales. Lo que haces en Google o Facebook deja un rastro que define tus hábitos y tus necesidades; así te vuelves rehén de ofertas y manipulaciones digitales.

En los años noventa, el gobierno de Estados Unidos inició un proyecto para enviar comunicación que no pudiera ser interceptada. A partir de 2002, programadores independientes continuaron la iniciativa bajo el nombre de TOR (The Onion Router). La idea consiste en proteger mensajes al modo de una cebolla, con distintas capas de encriptamiento. La información no va de un servidor a otro; da un rodeo por diversos puertos y llega a la escala final sin que se conozca al remitente.

En un sistema de comunicación nada vale tanto como el secreto. TOR surgió para preservar el anonimato. El fin es noble, pero también permite que piratas y terroristas se comuniquen sin ser localizados. Se han hecho unos cuarenta millones de descargas TOR y es lógico suponer que se utilizan de muy diversos modos.

Para entender los alcances de la red oscura conviene revisar el caso de Ross Ulbricht, quien operó bajo el seudónimo de Dread Pirate Roberts, tomado de la novela de 1973 La princesa prometida, de William Goldman, donde un abuelo lee a su nieto la historia de un pirata que sortea numerosos obstáculos para reencontrarse con su amada.

Graduado en programación y cristalografía, y seguidor de la economía libertaria de Ludwig von Mises, Ulbricht vio en las redes una oportunidad de intercambiar mercancías al margen del Estado. Adicto a la lectura, fundó una librería en línea: Good Wagon Books. Como es de suponerse, le fue mal. Después de sufrir una decepción amorosa, recordó al pirata que recuperaba a su novia en la novela de Goldman, renunció a la fuerza de luz y optó por la sombra. Su siguiente empeño fue La Ruta de la Seda, plataforma dispuesta a vender cualquier cosa, a condición de que fuera ilícita. Sirviéndose del sistema TOR y las criptomonedas, traficó con armas y heroína hasta convertirse en el Amazon de la ilegalidad.

El agente Jared Der-Yeghiayan, del Departamento de Seguridad Nacional, se apuntó como cliente y en dos años hizo compras a cuarenta dealers de 10 países. Con la complicidad de quien se hacía cargo de limpiar el spam, logró establecer comunicación directa con DPR (Dread Pirate Roberts). El arresto solo se podía justificar si el sospechoso era vinculado con la red; para ello, su computadora debía estar encendida en el momento de la detención (si lograba apagarla, la información se encriptaría).

Ulbricht fue localizado en el más improbable de los sitios. No estaba en Rusia, sino en San Francisco, y entraba a la red desde la biblioteca pública Glen Park. El 2 de octubre de 2013 fue detenido junto al librero de la ciencia ficción. En 2015, cumplió 31 años condenado a prisión perpetua.

Ulbricht abrió las novedosas cerraduras de la fortaleza digital, pero no pudo despojarse de ciertos atavismos. El logotipo de su empresa era un camello y el nombre aludía al antiguo tráfico entre China y Europa. En vez de ocultarse en un lugar ultrasecreto que le permitiera seguir cobrando millones en bitcoins, se conectaba a la red desde una biblioteca pública, rodeado de las novelas que hubiera querido protagonizar. Su dominio de la realidad virtual era tan grande que olvidó el limitado mundo de los hechos, donde una novia lo había abandonado y donde un agente aguardaba para arrestarlo.

 

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