La silla vacía de México en el G20
 
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La inasistencia del presidente Andrés Manuel López Obrador a la cumbre del Grupo de los 20, la primera gran reunión internacional de su gestión, generó comentarios desde que se supo de su ausencia, en su mayoría críticos de que dejara vacía la silla mexicana en Osaka, sede de los trabajos. ¿Tiene razón, quizá consideró el momento delicado en que Donald Trump ha sumido al grupo para tomar su decisión?

El G20 apareció en la coyuntura de la crisis financiera de 2007-2008, como un grupo de tarea específico para buscarle soluciones. Conforme se fueron superando esos problemas, el grupo se institucionalizó pero sin la estructura de las grandes entidades multilaterales.

Ese papel semiformal contribuyó a jalar al mundo hacia la salida de la crisis, ya que en el G20 están representadas las grandes potencias económicas y también las que tienen un papel director regional, como se ve en los casos de Argentina, India o el propio México. En conjunto, los países que forman esta entidad significan 80 por ciento de lo que produce el mundo. Es, en consecuencia, un club de grandes que excluye a quienes no lo son.

Pero los problemas que se han creado en las grandes reuniones internacionales no son ajenos al G20. Como la falta de consenso para los documentos que dan cuenta de sus reuniones, lo que ha surgido desde la llegada de Donald Trump a la presidencia estadunidense.

Pero como otras reuniones similares, este grupo permite el diálogo en corto entre los principales líderes del mundo, y esta es sin duda una gran ventaja que no dan las visitas de trabajo o de Estado.

La gran pregunta es si la cumbre de Osaka podrá remontar los problemas en que la ha sumido Trump y su aversión a todo lo que sea juego de conjunto, que en el lenguaje internacional se llama multilateralismo.

En efecto, en su primera participación en la ciudad alemana de Hamburgo en 2017, lo de menos fue que en una breve ausencia fuera sustituido por su hija Ivanka –sabiendo el peso que el mandatario le concede- en lugar de su canciller o un ministro. Lo de más fue que dejara constancia de su reciente salida del acuerdo climático de París y de su respaldo a los combustibles fósiles, mientras el resto de países apoyaban el mismo documento que incluye previsiones para dejar ese tipo de combustibles.

La situación se repitió en Buenos Aires el pasado noviembre, pero agravada con la reiteración del mandatario estadunidense de su abandono del acuerdo de París y, muy significativo, su ausencia de la sesión en la que por 60 minutos, se da tiempo para que los líderes mundiales dialoguen unos con otros, en pares o en grupo. Trump no acudió.

Y si algo positivo hubo fue, por una parte, la firma de la renovación del acuerdo trilateral comercial entre México, Canadá y Estados Unidos, pero que casi siete meses después muestra heridas que lo mantienen sin aterrizar, y por la otra la tregua de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, que los mismos siete meses después, está liquidada y en espera de más tarifas estadunidenses a China y la respuesta del país asiático, mientras el mundo ve caer su crecimiento por esa pugna.

¿Tiene sentido ir a una cumbre donde el más poderoso impone sus reglas? Quizá no, salvo por dos pequeños detalles: el uno que la inasistencia no es explicada de manera cabal, lo que abre la puerta a todo tipo de suposiciones, como el cansancio de un vuelo comercial, dado que el mandatario mexicano renunció al avión oficial.

Y el segundo, que en el juego quedan otros 18 jugadores que no parecen estar de acuerdo con esa imposición de reglas y en consecuencia, se deja ir una buena oportunidad para intercambiar información, hacer alianzas y avanzar en acuerdos, China incluida, cuyo presidente Xi Jinping sí acudirá pese a la guerra comercial que sostiene con Trump y que a 10 días del evento no ha dicho algo sobre una posible reunión con su contraparte estadunidense, quien con su habitual estilo, ya la anunció.

Seguramente que no viajar habría que repensarlo o explicarlo mucho mejor.

 

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