Lamento por el PAN
 
Hace (76) meses
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Habrá Frente. Confieso que no creí que el esfuerzo culminaría en una candidatura común. Creí que, después de los desplegados de feliz coincidencia, la alianza terminaría rompiéndose. Se impuso la astucia y la ambición del expresidente del PAN, dispuesto a aniquilar a su partido para quedarse con una candidatura presidencial.
Es de lamentar la desaparición de Acción Nacional del escenario electoral. Si Anaya no ha matado definitivamente al partido que lo hizo su dirigente, ha anulado por esta temporada electoral a una de las instituciones democráticas más longevas y más importantes en la vida de la república. La crisis de Acción Nacional es más profunda que la de 1976, cuando decidió no postular a un candidato presidencial. Aquella decisión fue, finalmente, producto de un intenso y complejo debate público. La decisión-desde luego, polémica-era congruente con su historia y era fiel a sus valores. Significaba la denuncia de un régimen al que no se pretendía legitimar con la falsedad de la competencia. Quienes creían que participar en las elecciones era hacerle el juego al régimen expusieron públicamente sus razones y se enfrentaron a quienes defendían con terquedad la participación. La discusión se verificó públicamente y el partido tomó la decisión de abstenerse. La decisión de un partido democrático. Hoy los panistas han visto, por primera vez en su vida, la autoproclamación de su candidato a la presidencia. El dirigente de Acción Nacional se hizo del control absoluto de la estructura. Supo aprovechar los resentimientos que ahí había generado la camarilla de Felipe Calderón y canceló cualquier posibilidad de debate interno. Apoyado en sus aliados externos, suspendió los derechos de los militantes, proscribió la competencia interna, arrinconó a los adversarios, se hizo a sí mismo, candidato. Acción Nacional sucumbió a una dictadura. Eso fue la administración de Anaya: un régimen de excepción que concentró todo el poder en una persona negando los derechos ordinarios de los militantes panistas.
Anaya y sus promotores se llenan la boca con la palabra democracia pero no se atreven a practicarla. Nunca estuvieron dispuestos a correr el riesgo de perder. Es decir, nunca creyeron en la vía democrática. ¿Alguien podría señalar una diferencia entre el destape de Meade y la autoproclamación de Anaya? ¿Hay alguna diferencia entre la apropiación que Anaya hizo del PAN y lo que hace el dueño de MORENA con su criatura? ¿Se atreverían los frentistas a denunciar la antidemocracia del PRI después del espectáculo de estas semanas en donde los caciques de los partidos se reparten posiciones exhibiendo el más grotesco patrimonialismo? Por fortuna han renunciado a la farsa de llamarse frente “ciudadano.”
Lo que ha pasado en Acción Nacional es una desgracia histórica. No es solamente una desgracia para los panistas sino para el país. En ella tienen sin lugar a duda una cuota importante de responsabilidad los críticos del astuto y truculento dirigente que no estuvieron dispuestos a dar una pelea por su partido, por sus reglas, por sus ideas, por su tradición. Abandonaron con facilidad el barco y dejaron al ambicioso el campo libre. Algunos ya se han trepado a otro boteo, más bien, han regresado al de su origen. Con su torpeza y su arrogancia permitieron que el país perdiera una referencia liberal importantísima.
Cuando hablo del PAN como referente liberal no me refiero, por supuesto, a sus ideas. Hubo muy poco liberalismo en su origen. Nació contra el cardenismo como una opción entre el comunismo y el liberalismo, que frecuentemente identificaba como perversiones gemelas. El discurso histórico panista tiene un intenso componente antiliberal que sigue presente en su retórica y en sus reflejos. Si digo que fue un referente liberal fue por su apuesta institucional, por su defensa práctica de los derechos, por su denuncia jurídica del autoritarismo, por el esmero con el que construyó su propia estructura, por el debate que siempre mantuvo a su interior. Fue una brújula liberal, sobre todo, por su anticaudillismo. Antes del secuestro de Anaya, el PAN era uno de los pocos territorios del debate intenso, público y, en general razonado. Ese partido murió ayer.

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