Los modismos nos rebajan
 
Hace (83) meses
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Los modismos en el lenguaje español de México son aceptados porque, en algunos casos, enriquecen nuestro idioma, pero en otros lo degradan como sucede con el epidémico y vulgar güey, surgido hace años y anidado en labios de niños y niñas; jóvenes y señoritas; en hombres y mujeres adultos y en dos que tres mil ancianos, vulnerables intelectualmente, que adoptan las “novedades lingüísticas del momento”.
La virulencia verbal del güeyismo no respeta edades ni sexo ni condición social, su transmisión ha ido de boca en boca como el esputo de la tuberculosis. No hay recetas para atajarlo. Las autoridades educativas, representadas por hombres y mujeres de elevado o mediano nivel cultural—que también han sido presa del güeyismo—han permanecido turulatas durante largos años.

EL GÜEY, A LA BARRANCA
El güey es un terminajo pronunciado indistintamente en cualquier esfera social que al parecer llegó para quedarse, aunque hay personas que especulan que una buena campaña de orientación contra la degradación de nuestro lenguaje podría dar resultados positivos.
Cándidamente se propone aplicar medidas sutiles para acabar con el güeyismo, medidas aplicadas entre padres de familia, maestros y autoridades inmunes a la epidemia, enfocadas en un programa tendiente a salvar la salud mental de los muchachos.
Una de esas disposiciones sería impulsar la lectura en la mañana, al mediodía y en la noche con una dosis mínima de un libro cada semana. Asimismo, propiciar saludables ejercicios de conversación sobre temas de actualidad.
(Nota importante y casi imposible de ejecutar: prohibidos los teléfonos celulares).

El CARREÑO Y LA PICARDÍA MEXICANA
En 1934 apareció El manual de urbanidad y buenas costumbres, escrito por Manuel Antonio Carreño, que tuvo sesenta reimpresiones y un tiraje de cien mil ejemplares, toda una marca en las décadas de 1940 a 1960, por la gran aceptación de diversos sectores, sobre todo de la pudiente y buenas costumbres porque el Manual de Carreño enseñaba cómo comportarse en sociedad.
En la década de 1970 se publicó el libro Picardía mexicana, del ingeniero Armando Jiménez, que lleva ediciones ampliadas y mejoradas y cerca de 200 reimpresiones con millones de ejemplares vendidos.

¿Por qué tanto el éxito del libelo Picardía mexicana?
Por una sencilla y procaz razón: el autor dedicó varios años de su vida en compilar cientos de leyendas majaderas escritas en puertas y paredes de los sanitarios de cantinas, bares, pulquerías y piqueras, y en restaurantes de medio pelo y de postín, en donde los señores—de todas las clases sociales—al desahogar sus necesidades, sin otra cosa en qué pensar trazaban versos soeces o sentencias malignas dirigidos a cuñados, amigos, compadres y a los parroquianos, contestando sus mensajes tabernarios, estampando sus mundanas formas de devanarse los sesos y escribir.

PALABRAS MAYORES
En la España del siglo 16, todo individuo que pronunciaba en público palabras lujuriosas y ofensivas era sometido a juicio y al declarársele culpable era obligado a desdecirse y pagar una multa.
En nuestros tiempos, palabras mayores se interpretan cuando alguien pronuncia frases elegantes, o dirige un brillante discurso, entonces, como elogio se le distingue diciendo que esas fueron palabras mayores.
Muchos confundimos el significado de la palabra grosería, que califica a un sujeto por ordinario, tosco, carente de educación, cortesía o delicadeza.
El majadero es inoportuno, insensato, o pedante. A los hablantes y amantes del güeyismo, esos calificativos vienen como anillo al dedo.
El colmo de los colmos estriba en que la Academia Mexicana de la Lengua avaló la investigación de la académica A. Campbell y Campbell, quien, según ella, el güey—ella lo escribe wey—es un mexicanismo hablado popularmente en diversos estratos de nuestra sociedad.
Por lo tanto, el güey o wey figura ya en el diccionario correspondiente y no habrá gente sensata que lo proscriba. Para desencanto de quienes aspiran a que los mexicanos hablemos correctamente.

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