¡Milagros!
 
Hace (57) meses
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En 1870, Fidel Arregui peleó a cuchilladas, “por asuntos raros”, a las puertas de una cantina. Resultó gravemente herido, se encomendó a San Miguel, y San Miguel accedió a sanarlo.

En 1928, de camino a Apaseo, Juan Duarte fue asaltado a traición por un amigo. Recibió dos heridas graves. Se encomendó, sin embargo, a la Virgen de Guadalupe de Tierras Negras, y sanó milagrosamente.

En 1880, María Librada Ortiz tuvo la desgracia de ser mordida por “un Perro del mal”. El hijo de Librada, Pedro Navarro, le rogó al Señor del Llanito que la aliviara. Y así ocurrió.

En agradecimiento por los favores recibidos, todos estos personajes le encomendaron al pintor de su pueblo que les hiciera un exvoto. Un exvoto que dejaron colgado en los muros de algún templo del Bajío.

La gente llevaba varios siglos haciendo eso mismo. El exvoto más antiguo del que hay noticia fue mandado hacer por Hernán Cortés. Al extremeño le picó un alacrán en Yautepec, Morelos. El bicho derramó “tanto veneno en su cuerpo, que le puso en peligro de perder la vida”, se lee en una crónica antigua. Puesto en ese predicamento, Cortés “volvió los ojos a Nuestra Señora (la Virgen de Guadalupe de Extremadura) suplicándole que le acudiera en tanta necesidad. Fue Su Majestad servida de oír su petición, no permitiendo pasara adelante el daño”. En retribución, el famoso capitán mandó hacer un alacrán de oro, que llevaba dentro el que le había picado, y en 1528 llevó la pieza al monasterio de Guadalupe, en Extremadura (el paradero de esa pieza es un misterio).

A partir de entonces, quienes se salvaban de un incendio, un terremoto o una inundación; los que volvían de la muerte tras un accidente o una enfermedad, mandaban a hacer un exvoto al santo o virgen de su devoción.

Eso hizo la rectora del Colegio de Recogidas de Celaya, Ángela Montes de Oca, en 1880, cuando un hombre entró en la institución para asesinar a su esposa. La rectora intentó defender a la víctima, y el asesino le cercenó un brazo. Invocó al Cristo de Villaseca “y a los dos meses se halló enteramente buena aunque baldada de dicho brazo”. Ochenta años más tarde, el exvoto que daba cuenta de este milagro fue vendido por algún cura de pueblo a un ávido coleccionista italiano: el Dr. Guidani. Lo mismo sucedió con los exvotos que rendían testimonio de los casos arriba citados, y con otras 590 piezas procedentes de la geografía religiosa del Bajío: templos y parroquias de Jalisco, Querétaro, Guanajuato.

Entre 1963 y 1970, el Dr. Guidani formó una colección de exvotos que abarcan un periodo de la historia de México que va de 1770 a los años 50 del siglo XX. Detrás de cada pieza colocaba una etiqueta el nombre del lugar donde la había adquirido, y el precio que había pagado por ella: “Dr. Guidani. 22.2.1964. Messico-Guadalajara. 100 pesos”. En esa galería de milagros desfila el increíble arte de dar gracias: una expresión del fervor popular que de manera lateral revela las calamidades, las tragedias, los usos, las costumbres, el lenguaje, las creencias, las modas, las carencias que privaron a lo largo de tres siglos en ciudades y comunidades rurales del Bajío mexicano.

Guidani murió hace pocos años. Donó su colección de exvotos a dos museos italianos. El cuerpo de Carabineros detectó las piezas e inició una investigación. Se presume que el coleccionista había tejido una red en iglesias del Bajío. En ese tiempo los exvotos eran poco valorados. Las obras fueron extraídas de diversos lugares de culto.

El 19 de octubre de 2018, el mayor Lafranco Disibio, del cuerpo de Carabineros, envió al gobierno de Peña Nieto las imágenes de 596 exvotos recuperados, y la generosa oferta de devolverlos. La entrega se concretó en marzo pasado.

Hoy se encuentran en la Escuela de Conservación, Restauración y Museografía del INAH. Constituyen sin duda una de las repatriaciones de patrimonio cultural más notables: su vuelta es un verdadero milagro. Observarlas, analizarlas, contemplarlas —lo hice ayer— resulta una delicia inesperada, una inmersión profunda en la idiosincrasia de México. De pronto en este país hay buenas noticias: el INAH las restaura y en unos meses será posible disfrutarlas en una muestra.

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