Mirador
 
Hace (84) meses
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El afortunado viajero llega a Lagos de Moreno, Jalisco, alta ciudad entre las de los Altos.
Encuentra ahí dos amadas sombras. La primera es la de un boticario soñador, Francisco González León. Oyó sonar las campanas de la tarde y escribió versos que luego resonaron en la poesía de Ramón López Velarde.
La otra sombra es la del padre Agustín Rivera. Fue cura liberal cuando todo el clero era conservador. Le gustaba andar en dimes y diretes, en polémicas desaforadas contra falsos gigantes que ni siquiera eran molinos, sino puro viento.
En la hermosa parroquia, en la recoleta rinconada que los laguenses conservan con amor, el viajero percibe el alma de esa noble ciudad de hermoso cuerpo y espíritu elevado habitada por mujeres cristianas y por hombres cristeros. Cuando al amanecer sale de Lagos el viajero siente que ha bebido agua clara en limpia fuente mexicana.
¡Hasta mañana!…

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