Coahuilense de nacimiento, hizo de Colima su tierra de adopción. Ahí vivió su vida de maestro; ahí se dedicó a impartir a sus semejantes el santo sacramento de la bondad humana.
Encarnaron en él las virtudes y cualidades de sus padres, doña Lupita y don Ruperto. De ella heredó la vocación del bien; de él la cualidad de amenísimo conversador al mismo tiempo sonriente y reflexivo.
Sus quebrantos de salud no lo arredraron nunca. Cumplió con alegría su misión. Al lado suyo estuvo siempre la ejemplar compañera de su vida, Carmen, a quien él daba con amor el título de reina: Carmen Primera.
Murió en su casa Víctor, rodeado de los suyos. Su muerte fue ocasión para que se mostrara el inmenso cariño que supo ganarse en la comunidad que lo adoptó. Lo recordaremos siempre, pues para hombres como él nunca hay olvido. Gracias, Víctor, por haber vivido.
¡Hasta mañana!…
Manganitas
“En la playa la robusta suegra le pidió a su yerno que la cubriera con arena”
Con acento complaciente
-según después supe yo-
el yerno le preguntó:
“Suegrita: ¿habrá suficiente?”.