MIRADOR
 
Hace (78) meses
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“San Virila no hacía milagros. Se le caían, igual que a los niños se les caen las canicas de las manos”.
Eso lo escribió James Haggerton, su biógrafo mejor.
El conocido hagiógrafo relata cómo el santo hizo que brillara un tibio rayo de sol sobre el perrito que tiritaba de frío una mañana de invierno nebulosa y gris. Igualmente narra de la vez en que el campanero resbaló y cayó de lo alto de la catedral. En medio de su caída San Virila hizo un ademán y el hombre descendió suavemente, como pluma llevada por un viento leve, y llegó sin daño al suelo. “Ten más cuidado, hijo -lo amonestó el santito-. La próxima vez puede suceder que no ande yo por aquí”.
Dice Haggerton que San Virila no daba importancia a sus milagros. “Los verdaderos milagros -solía decir- son los que los hombres no ven. El milagro de un nuevo día. El milagro de un niño que nace. El milagro de la tierra que da fruto. El milagro de nuestra presencia en el mundo. Ésos son milagros. Los míos son simplemente trucos”.
Concluye el biógrafo de San Virila: “Diariamente hacía el sencillo milagro de la humildad”.
¡Hasta mañana!…

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