Noche de bodas
 
Hace (70) meses
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Noche de bodas. El novio era varón piadoso, rezandero, y esperaba que su mujercita lo fuera también. Cuando salió del baño, sin embargo, la vio tendida en el lecho, desnuda, en actitud voluptuosa de odalisca. “¡Qué es esto, Cleopatrina! -profi rió azorado-. ¡Yo esperaba encontrarte de rodillas!”. Respondió ella: “Está bien, si insistes. Pero quiero que sepas que eso siempre me produce hipo”. (No le entendí). La joven esposa le dijo al juez de lo familiar: “Quiero divorciarme de mi marido”. Inquirió el juzgador: “¿Cuál es la causa?”. Respondió la muchacha: “Sospecho que me ha sido infi el”. Preguntó de nueva cuenta su señoría: “¿Qué la hace pensar eso?”. Explicó la demandante: “Por principio de cuentas él no es el padre de mis hijos”. Sor Bette, religiosa de la Orden de la Reverberación, llegó a su convento despeinada, con los hábitos en desorden y luciendo una sonrisa de felicidad. Sor Dina, la madre superiora, se azoró. “¿Por qué viene así, hermana?”. Dijo sor Bette: “¡Qué buenos refl ejos tiene ese taxista!”. “No comprendo -se desconcertó la superiora-. ¿A qué viene eso del taxista? Explíqueme más bien lo concerniente al desarreglo de sus hábitos; lo de su cabellera alborotada; lo de esa sonrisa pecaminosa. ¿Qué importan los refl ejos del taxista?”. Explicó sor Bette: “Déjeme contarle, reverenda madre. Venía yo en taxi al convento cuando por una calle empinada se precipitó sobre nosotros un enorme camión que al parecer no traía frenos. De seguro nos iba a aplastar. En mi desesperación le grité al hombre del taxi: ‘¡Si nos salva faltaré con usted a mi voto de virginidad perpetua!’. Madre: ¡qué buenos refl ejos tiene ese taxista!”. Babalucas le dijo con anheloso acento a su dulcinea: “¡Es que hoy quiero hacerlo con la luz encendida!”. Respondió, tajante, la muchacha:
“Ya cállate y cierra la puerta del coche”… Viene a continuación un chiste cruel, especie de humor negro que raramente sale aquí. Las personas que no gusten de leer chistes crueles deben saltarse al siguiente cuento.Desde el piso 90 del edifi cio un pobre individuo se arrojó al vacío. El trágico suceso hizo que se reuniera una pequeña multitud. Llegó un ofi cial de policía y se percató de que el suicida sostenía un papel en su crispada mano. Era, sin duda, su mensaje de despedida. Lo leyó. Decía: “No se culpe a nadie de mi muerte. Me voy de este mundo porque estoy en la más espantosa miseria. Hace tres días que no pruebo alimento, y ya no resisto más. ¡Hasta nunca!”. El policía suspiró con tristeza y luego le comentó a la gente: “¡Pobre hombre! Tenía hambre y quiso darse un banquetazo”… En la fi esta de la ofi cina uno de los empleados se inclinó sobre su compañera y sonriendo aviesamente le dijo algo al oído. “¡Estás loco! se indignó la chica-. ¿Cómo piensas que podría yo incurrir en semejante práctica sexual?”. Se interrumpió la muchacha, se quedó pensando, preocupada, y luego añadió mirando al tipo con ojos de sospecha: “No habrás leído mi diario ¿eh?”… En la merienda de los jueves la esposa de don Languidio comentó: “Mi marido se parece a los gallos viejos”. Preguntó una de las señoras: “¿Cómo son los gallos viejos?”. Respondió la mujer:: “Nada más se les suben a las gallinas para que los carguen un ratito”. Afrodisio Pitongo le dijo un piropo de color subido a cierta comadre suya muy atractiva que se hallaba en estado de buena esperanza, o sea embarazada. “Comadre -le dijo con tono intencionado-. Me gusta mucho su cuartito. Cuando se desocupe, ¿me lo puede prestar?”. “Claro que sí, compadre -respondió la señora de buen grado-. Le diré a mi marido que de una vez le ponga la llave en la mano”. FIN.

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