Nosotros somos el muro
 
Hace (57) meses
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Juan Villoro
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En la sociedad del espectáculo, los hechos cuentan menos que su representación. López Obrador y Trump lograron un acuerdo que fue celebrado como un triunfo por ambas partes pero que significa cosas diferentes para México y Estados Unidos.

No se les puede regatear eficacia a las gestiones que Marcelo Ebrard encabezó en Washington. El canciller señaló que los aranceles con los que Estados Unidos amenazaba gravar a los productos mexicanos afectarían gravemente al mercado interno. La suspensión de esa medida tranquiliza a la economía nacional; sin embargo, eso no favorece por igual a todos los mexicanos. Los grandes beneficiarios son los corporativos que desde hace décadas aprovechan las ventajas que para ellos tiene el TLC.

Desde un principio, López Obrador se opuso a la estrategia neoliberal que llevaría a una relación aún más asimétrica con Estados Unidos. La fuerza de nuestras economías no es equivalente. En el plano local, quienes estaban en condiciones de sacar provecho del libre mercado eran los grandes capitalistas.

A un cuarto de siglo de la entrada en vigor del TLC los problemas estructurales entre México y Estados Unidos se han agudizado y nuestras posibilidades de negociación son escasas: dependemos cada vez más de ellos. Como Presidente, López Obrador no puede actuar conforme al país que quisiera tener; debe ajustarse a las circunstancias que le han tocado en suerte, recrudecidas por las andanadas discriminatorias de Trump. En este sentido, su conducta ante Washington ha sido seria y responsable y ha permitido ganar un tiempo que, como dice Ebrard, “vale oro”.

El gobierno de Trump dictó las condiciones del encuentro y logró mezclar peras con manzanas. A cambio de no recibir sanciones arancelarias, tendremos que controlar la migración de Centroamérica. Un tema económico se canjea por un tema político.

En su campaña a la Presidencia, Trump declaró que el muro en la frontera sería construido por México. En cierta forma, lo ha cumplido. Sin necesidad de elevar un dique, nos responsabiliza de frenar la marea migratoria: el “muro” va de Chiapas a Chihuahua.

No se conoce la letra pequeña del acuerdo. Trump aludió a algunos “detalles” que lo hacen muy feliz (y ya sabemos que la alegría de los ogros es temible). Hay un plazo de noventa días para que México muestre resultados. ¿Cómo se medirá esto? Más de medio millón de centroamericanos ha entrado ilegalmente al país. ¿Se procederá a deportarlos? ¿Se les dará trabajo para arraigarlos y suspender su trayecto a Estados Unidos?

Los abusos padecidos por los centroamericanos que cruzan nuestro país han sido documentados en películas como La jaula de oro, de Diego Quemada-Díez, y libros como La bestia, de Óscar Martínez. Ebrard tiene la difícil encomienda de ejecutar el acuerdo sin vulnerar los derechos humanos. Esta inusual circunstancia lo ha transformado de facto en canciller y subsecretario de Gobernación.

Por otra parte, la recién creada Guardia Nacional no podrá ocuparse por completo de las urgentes tareas de seguridad interna; se transformará, al menos por un tiempo, en patrulla fronteriza para evitar que sigan llegando migrantes ilegales.

En el delirante mundo de las redes, numerosos usuarios demostraron que el tema les importaba literalmente un cacahuate y condenaron al funcionario mexicano que se atrevió a comer esa botana durante las negociaciones, como si así pusiera en entredicho la soberanía nacional.

La lección del acuerdo es otra. Cuando Ángel Gurría participaba en la promoción del TLC fue rebautizado por el ingenio popular como Ángel de la Dependencia. De acuerdo con el sueño desarrollista, dejaríamos de ser el “patio trasero” de Estados Unidos para convertirnos en su duty free.

López Obrador, que se opuso con razón al TLC, enfrenta una relación bilateral y un modelo económico que no fueron creados por su gobierno. En un entorno agobiante, consiguió un respiro. La solución a largo plazo consiste en diversificar nuestra participación en los mercados internacionales. Por desgracia, carecemos de una política exterior que impulse esto y tenemos una presencia cada vez más exigua en las cumbres mundiales.

El torero que recibe una cornada y abandona el ruedo por propio pie hace un gesto de dignidad en la desgracia. Es encomiable que mostremos ese temple, pero sería mejor no recibir cornadas.

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