Origen del Barrio de la Granada
 
Hace (71) meses
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Vieja, muy vieja es la costumbre de aprovechar la sobremesa de las comidas familiares para evocar hazañas de antepasados o traer a cuenta hechos que determinaron la vida del barrio o colonia donde vivimos, costumbre que por otra parte es enriquecedora de la estirpe personal y fomenta el orgullo familiar de cada integrante del núcleo del que procedemos y es en esas tertulias animadas por la intimidad donde la historia se convierte en leyenda, al magnificarse los hechos, como producto del cariño y respeto por nuestros mayores.
Fue precisamente en una de esas tertulias donde conocí hace ya muchos años la leyenda que ahora da tema a esta columna, suceso que los habitantes del Pachuca de ayer llamaron “Leyenda de la Granada”, nombre que por muchos años recibiera un populoso barrio de la ciudad de Pachuca, ubicado entre las calles de San Juan de Dios –hoy Doria– la de Los enfermos –actualmente Reforma– Cuesta de Las Piedras –en día de Manuel Doblado– y la de La Bajadita –que es el actual callejón de Julián Villagrán–. Era aquel sitio asiento de un buen número de casas construidas de adobe y techos de lámina, habitadas por mineros y algunos comerciantes de las plazas: Real – de La Constitución– y de Las Diligencias –de la Independencia–, En la fotografía que ilustra este artículo, puede verse hacia 1900 el edificio del instituto y a un lado el barrio de La Granada.
La barriada era realmente quieta, animada solo por algunas fiestas religiosas, entre ellas la de Carnaval, fecha en la que conmemoraban el fin de los fríos y el inicio de la temporada de calores tan ansiada en un Pachuca azotado por las inclemencias de los helados vientos que se sufrían de septiembre a enero.
Corría el año de 1867, ese en el que por fin México logró terminar con el efímero imperio de Maximiliano para abrazar el surgimiento de la “Republica Juarista”, fue ese el año en el que sucedieron los hechos que se narran a continuación. Francois Lagarde, (se pronuncia fransua Lagard) uno de los soldados que vino con el ejército de ocupación francesa acantonado en las instalaciones del para entonces abandonado Hospital y convento de San Juan de Dios –hoy edificio central de la Universidad Autónoma de Hidalgo– se enamoró profundamente de una vecina de aquel barrio, Rosa María Sánchez, hija única de Pedro Sánchez, a quien se conocía en el barrio como Sanchitos viudo en razón de que su esposa murió al dar a luz a Rosita, Sanchitos, se dedicó a partir de entonces a su hija, quien a los 17 años era ya una de las más lindas mujeres de aquel barrio.


Francois Lagarde el franchute, quedó de tal manera prendado de Rosita que cuando le fue ordenado a su regimiento el retorno a Francia, él se escabulló para no incorporarse con los que regresaban, se escondió por algún lado y no volvió salir sino pasados muchos días de la retirada de los suyos y fue entonces a confesarle su amor a la bella Rosita, pero se encontró con la sorpresa de que esta tenía ya como novio a un joven de nombre Alberto Morales a quien apodaban el Gurrumino, hijo del dueño de la reparadora de calzado La Garra, ubicada en la calle de San Juan de Dios, negocio que le había dado el sobrenombre al joven Alberto.
Quiso Rosita jugar con sus enamorados, pero fue imposible, una tarde cuando empezaba oscurecer, el Gurrumino pilló a su enamorada con Francois en la puerta de la casa de “Sanchitos” y se armó una terrible batalla entre los dos enamorados, primero a golpes y en seguida tomando cuanto objeto quedaba a su alcance. Los vecinos llamaron a los “Rurales –antigua gendarmería– pero llegaron, cuando lo que hacía falta ya, eran médicos. En el forcejeo, la pareja de rijosos, penetró en la propia casa de Rosita, donde ya muy pocos pudieron observar la pelea, el primero en caer inconsciente fue el Gurrumino, pero Lagarde estaba ya herido de muerte, y de su cabeza la sangre salía a borbotones, mientras que el Gurrumino vomitaba el líquido púrpura en grandes cantidades.
El patio terroso de la casa de Sanchitos, quedó cubierto con la sangre de los dos jóvenes. Cuando llegaron las autoridades se percataron de que había charcos aquí y allá y los cuerpos de ambos rijosos yacían sin vida en medio de aquel lodazal sanguinolento.
Un manzano seco estaba sembrado en medio de aquel espacio, no había dado producto alguno en muchos años a decir de Sanchitos, mas regado y abonado con la sangre de los amantes de su hija, ese año, se llenó de hojas y al siguiente dio sus primeros frutos, una especie de manzanas muy grandes y saludables, más cuando Sanchitos quiso comerlas, encontró que en su interior había una especie de perlas muy rojas de sabor algo dulce y algo amargo. Llamó a los vecinos para que vieran aquella fruta extraña y todos los que la vieron y probaron quedaron maravillados, aquel árbol de manzana regado con la sangre del Gurrumino y de Lagarde, transformó los productos del árbol de manzana en granada, fruta entonces desconocida por aquí y fue así que aquel exótico producto, la granada, dio nombre desde entonces y hasta bien entrado el siglo 20 a aquel barrio de gente trabajadora.
Y contaban los viejos pobladores de la barriada, que al poco tiempo de aquellos hechos, murió Sanchitos, en tanto que su hija Rosita, llena de remordimientos y congoja, perdió por completo el sentido y se dedicó a deambular por el barrio ofreciendo las rojas perlas de la granada de su casa y decía que eran las lágrimas de sangre de sus dos enamorados. Tal es la historia que contaban los viejos habitantes de Pachuca en la sobremesa de cualquier comida, no hace muchos años. Bonita costumbre, ¿no cree usted?

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