Otros tiempos
 
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¿Tiene condones negros?”. El farmacéutico se extrañó al escuchar esa extraña petición. Le preguntó al cliente: “¿Por qué necesita usted condones de color negro?”. Explicó el individuo: “Es que mi esposa pasó a mejor vida, y quiero que todas sus amigas sepan que le estoy guardando el debido luto”… Un tipo le dijo a otro: “Oí que te vas a casar con Messa Lina, y no me explico por qué. Ciertamente es riquísima, pero tiene un pasado muy dudoso”. “Lo sé -suspiró el otro-. Pero mi futuro es más dudoso aún que su pasado”. Alguien le preguntó a don Gerontino, señor de 90 años: “¿Cómo se siente, abuelo?”. Respondió él: “Estoy como un bebé: sin dientes, sin pelo, y en pañales”. El mejor anticonceptivo oral es la palabra “No”. La semana pasada fue muy tranquila para mí: solamente di tres conferencias. El martes 26 estuve en Ixtapan  de la Sal con los legisladores del PAN. El viernes 29 hablé en el Club Industrial de Monterrey ante quienes integran la Asociación Mexicana de Profesionales de la Informática. Y el sábado 30 participé en la asamblea plenaria de los parlamentarios del PRI, en la Ciudad de México. Me llamó la atención el hecho de que los dos partidos principales me invitaron por igual a sus reuniones. En la de Acción Nacional evoqué el tiempo en que el PAN era llamado “el partido de la gente decente”, y narré cómo, estudiante aún de derecho, saqué de los infectos calabozos de la Inspección de Policía, que estaban en pleno Palacio de Gobierno, en Saltillo, a mi entrañable amigo Bibiano Berlanga Castro, preso por haber cometido el delito de pegar propaganda del PAN en las paredes. Al paso de los años Bibiano llegó a ser excelente alcalde de mi ciudad. Les dije a los panistas que la unidad entre ellos, y el regreso a los principios y valores que inspiraron la fundación de su partido, son indispensables en su tarea de seguir trabajando por el bien de México. Fue muy grato saludar ahí a Ricardo Anaya, el joven y talentoso dirigente nacional del PAN, quien al darme un apretado abrazo me dijo: “Tiene usted mi afecto, mi agradecimiento y mi admiración”. Gratísimo igualmente fue el encuentro que tuve con los parlamentarios del PRI. Me presentó con generosos términos su coordinador, el doctor César Camacho, quien tuvo para mí atenciones que le agradezco mucho. A los priistas les hablé de la necesidad de hacer de México un estado de derecho: nadie debe sentirse por encima de la ley. Me referí a los males que sufre nuestro país, especialmente el de la pobreza. Si no vamos hacia los pobres de México -manifesté- ellos van a venir contra nosotros. Al final de mi peroración la cordial concurrencia se puso en pie para darme un prolongado aplauso. Aquí doy gracias también al popularísimo Jericó Abramo Masso, quien se encargó de la logística (así se dice ahora) de mi presentación, y a Jorge Dávila Flores, excelente representante coahuilense. Cuando cité sus nombres sus compañeros aplaudieron la mención, señal del afecto que les tienen. Soy un privilegiado: mi oficio de hablanchín itinerante me permite sentir el pulso del país en el trato con su gente. Esa semana que pasó -y por la que pasé- fue particularmente ilustrativa. Tanto entre los parlamentarios panistas como entre los priistas, y en los profesionales de la informática, percibí el mismo amor a nuestro país, similar preocupación por los males que ahora sufre e igual esperanza en su futuro. Tras de mi encuentro con ellos me dieron ganas de decir como los arcangélicos Raphael, Luis Miguel y Juan Gabriel: “¡Gracias, México!”. Trisagio Aureolo era un joven sumamente religioso. Casi no salía de la iglesia; sus devociones y piedad conmovían a todos los que lo miraban. Un día fue a la montaña a meditar. Perdió pisada e iba a caer a un precipicio, pero alcanzó a asirse del borde del abismo. Clamó desesperado: “¡Ayúdame, Señor!”. Venida de lo alto se oyó una majestuosa voz: “Suéltate, hijo, y déjate caer. Morirás a la vida terrenal, es cierto, pero hoy mismo estarás conmigo en el Cielo gozando las dichas de la bienaventuranza eterna”. “Te lo agradezco mucho, Señor -dijo Trisagio-, pero ¿no puedes enviar a alguien que me ayude?”. FIN.

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