La noche del lunes una noticia conmocionó al mundo. Un equipo brasileño de futbol, humilde, que disputaría la final de la Copa Sudamericana, sufrió un accidente aéreo en Colombia, antes de llegar al país que sería anfitrión de la final. Horas más tarde se confirmó la muerte de 77 personas, entre ellos la mayoría del equipo y su cuerpo técnico, 20 periodistas y parte la tripulación. Cinco personas sobrevivieron de manera milagrosa.
De un momento a otro la alegría y la fortuna se volvieron llanto y desgracia. Un grupo de hombres salió de su país con una ilusión y no regresó. Son muchas las historias que ayer se contaron, historias muy parecidas a las de muchos en el planeta.
No se trata sólo de futbol, sino de un espejo en el que todos nos miramos a diario; todos tenemos metas y expectativas, planes y anhelos. Y así llevamos nuestra vida, trabajando para conseguirlo, planeando y en el trayecto a muchos se les olvida ser felices.
Hace algunos años durante un curso un compañero nos preguntaba cuál creeríamos que sería nuestro último pensamiento, nuestro último reclamo a nosotros mismos. Seguramente, nos decía, no será ese indicador que no cumplimos o esa tarea que olvidamos, sino el tiempo que dejamos de lado, el viaje que no hicimos o las palabras que nos guardamos.
Sirva la tragedia de Atlético Chapecoense como un recordatorio de no guardarnos nada, de vivir la vida al máximo, de disfrutar nuestro trabajo y nuestros proyectos, pero siempre con la certeza de que lo único que cuenta es el presente.