Pecado de orgullo
 
Hace (65) meses
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“La justicia reclama su deuda”, Esquilo.

Para los antiguos griegos el pecado de orgullo era la fuente de la tragedia. Prometeo fue encadenado y torturado por haber robado el fuego para entregarlo a los hombres. A Edipo se le castigó por matar a su padre y yacer con su madre, aunque lo haya hecho sin darse cuenta. Orestes fue perseguido por haber matado a su madre, Clitemnestra, quien a su vez asesinó a Agamenón, su esposo, por haber sacrificado a su hija Ifigenia.

Quizá el presidente electo de México debería revisar las viejas historias griegas. Una parte del problema que está enfrentado en el aeropuerto de Texcoco surge de esa hybris, el pecado de orgullo en que incurrían los personajes de las tragedias.

Esto puede sorprender porque Andrés Manuel López Obrador se ha presentado siempre como un político humilde. Al cancelar el aeropuerto afirmó que no había sido él, sino el pueblo sabio, el que tomó la decisión y añadió que va a gobernar siempre obedeciendo. A todo lo largo del proceso, sin embargo, ha mostrado el orgullo que los dioses castigaban en la literatura de la Grecia antigua.

Vicente Fox canceló ya una vez el aeropuerto de Texcoco, en 2002, sin que se hayan registrado turbulencias financieras o pérdida de confianza. También buscó reemplazar ese aeropuerto con el actual AICM suplementado por otros, como el de Toluca, el de Cuernavaca y el de Puebla. Toluca llegó a tener 5 millones de pasajeros en 2005, cuando en 2017 apenas manejó 789 mil.

Varias razones explican por qué la primera cancelación de Texcoco no provocó daños financieros. La principal, por supuesto, es que la obra apenas comenzaba. Pero Fox no cometió el pecado de orgullo que ha afectado a la actual toma de decisión: reconoció simplemente una humillante derrota política ante los machetes de San Salvador Atenco.

López Obrador se ha opuesto al aeropuerto de Texcoco desde que gobernaba la Ciudad de México. Prometió en campaña que lo cancelaría sin importar el costo, aunque al percibir la enorme inquietud que causaba moderó su posición. Dijo entonces que estaría dispuesto a privatizarlo, para que su gobierno no tuviera que gastar dinero público, pero después afirmó que lo sometería a consulta popular. Al final no hizo ni una cosa ni la otra. Su consulta fue una simulación, con los dados cargados a favor de la cancelación, y después echó al pueblo la culpa de la decisión. Ahí radica el pecado de orgullo.

Como tantos protagonistas de tragedias griegas, López Obrador actúa con la arrogancia de quien se siente más allá de toda advertencia, como Agamenón al sacrificar a su hija Ifigenia. Quienes cuestionan sus dogmas son descalificados, mientras que aquellos que lo apoyan siempre tienen la razón, aun cuando él mismo falsee sus posiciones, como ocurrió con la empresa francesa NavBlue. La ceguera del orgullo lo lleva a llamar contratistas inmorales a quienes se oponen a sus designios, pero él sienta a su contratista de cabecera, José María Riobóo, en la conferencia de prensa en la que anuncia la cancelación de Texcoco.

El error de octubre no destruirá a México: cancelar un aeropuerto de 16 mil millones de dólares no borrará una economía de 1.1 billones de dólares anuales. El pecado de orgullo, empero, sí puede provocar crisis económicas. Lo ha hecho una y otra vez en la historia de México, cuando los presidentes han pensado que sus órdenes deben ser obedecidas, aunque violen las leyes de la economía, los preceptos de la sensatez o los dictados de la aeronáutica.

Tres ‘aereopuertos’

López Obrador prometió este 29 de octubre tener “tres aereopuertos [sic] en tres años”. Sin embargo, nada más el manifiesto de impacto ambiental y el proyecto ejecutivo de Santa Lucía se pueden llevar dos o tres años. ¿O acaso piensa hacer el trabajo sin el proyecto ejecutivo, como en la Línea 12 del Metro?

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