Pena de muerte
 
Hace (88) meses
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“Compadre: sospecho que no sabe usted hacerle el amor a una mujer”. Así le dijo Hornacio a su compadre Pitorraudo. “Si sé, compadre -lo contradijo éste-. Y si no me lo cree pregúntele a mi comadre”. Don Poseidón, granjero acomodado, y su esposa doña Holofernes eran padres de una hija a quien la naturaleza regateó sus dones. En efecto, Anfisbena -tal era el nombre de la joven- era más fea que el pecado. Que un pecado feo, aclaro, porque hay algunos muy bonitos. Sé bien que la belleza del cuerpo no importa; lo valioso es la belleza interior. Sin embargo mientras ésta se manifiesta cuenta más la otra. Dice un proloquio francés: “De belle femme et fleur de mai / en un jour s’en va la beauté”. “La belleza de la mujer hermosa, lo mismo que la de la flor de mayor, se va en un día”. (Probablemente, pero ¡qué día!). Llegó al pueblo un agente vendedor al servicio de la casa comercial Asperges, distribuidora de bombas de flit. Los papás de Anfisbena vieron en él a un prospecto matrimonial para su hija, pues el muchacho era de condición modesta: vestía un viejo saco de color azul que combinaba con un lustroso pantalón café; calzaba tenis y se cubría la cabeza con una gorra de los Cacharros de Hediondilla de Abajo, equipo de beisbol desaparecido en 1936. Lo llamaron, pues, con el pretexto de comprarle uno de sus productos, y cuando lo tuvieron enfrente le dijeron: “Nos gusta usted para yerno, con todo y gorra. Quizá le interese saber que el hombre que se case con nuestra hija se llevará una dote de 100 mil pesos, y un marrano grande de pilón”. El forastero pidió ver a la muchacha, y doña Holofernes fue a traer a Anfisbena. La vio el vendedor y dijo: “Lo que ustedes ofrecen no es dote: es indemnización”. Salacito, muchacho de 12 años, fue acusado por la trabajadora doméstica de su casa de haberla hecho víctima de su incipiente libídine y su precoz lubricidad. Relató la mucama que estaba ya en la cama cuando el hijo de sus patrones irrumpió en su cuarto y sació en ella sus inaugurales rijos. Llevado el chamaco ante el juez de lo familiar el abogado de la familia le pidió (al chamaco, no al juez de lo familiar) que se bajara el pantalón y lo demás. Luego se dirigió al juzgador: “¿Usted cree, su señoría, que con esta cosita tan pequeña.”. Y al tiempo que decía eso agitaba con el dedo índice la partecita de varón de Salacito. Le advirtió éste en voz baja: “No le siga tilineando, licenciado, porque vamos a perder el pleito”. El joven vicario de la diócesis le dijo al padre Arsilio: “Al oficiar la misa de hoy recuerde que el señor obispo les pidió a los párrocos que hablen de la crisis económica; de las dificultades de los padres de familia para mantener su hogar; de lo caro que están los alimentos.”. Respondió el padre Arsilio: “Hablaré de todo eso, hijo, pero después de la colecta”. Aplaudo -y con ambas manos, para mayor efecto- al Papa Francisco por haber otorgado a los sacerdotes la facultad de dar la absolución a quienes han cometido el pecado de aborto y se han arrepentido de esa culpa. El Pontífice reiteró su condena a lo que llamó “horrendo crimen”, pero a continuación manifestó: “No hay pecado al que no alcance la misericordia de Dios”. Esa loable medida del Papa se completó con su reprobación de la pena de muerte. Dijo: “Si un castigo no lleva consigo la esperanza no es cristiano, no es humano”. La postura de Francisco merece reconocimiento, pues implica la fe en un Dios de amor capaz de perdonar como padre en vez de castigar como riguroso juez. La decisión del guía de mi Iglesia es expresión humana de la bondad divina. FIN.

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