¡QUÉ FÁCIL SE VEÍA!
 
Hace (62) meses
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Tan solo bastó un rumor, una llamada, un mensaje de texto y el pueblo entero se alborotó. Decían que iban a regalar gasolina y todos querían un poco de ese jugoso obsequio. Muchos llegaron corriendo hasta el alfalfar, otros en camionetas, en bicis, hasta las jarras del agua de la comida servían para recolectar el combustible; total, después las lavamos con harto detergente y ya, decían. Mientras, la fiesta, las carreras, los gritos, todos festejaban la abundancia de un recurso que muchos anhelaban. Y, ¿por qué no? Estaba ahí y era de todos o de nadie.

San Primitivo estaba de fiesta y eso era para festejarse, puesto que en Tlahuelilpan pasan pocas cosas buenas, por eso había que llevar a todos. Los menos ambiciosos llenaban sus botes y se iban, pero había de sobra y había que aprovecharla, así que por qué no regresar por más y más.

Sabían que había riesgo, pero sólo era llenar rápido, cargar y luego irse. ¿Qué podía pasar?

Pero de pronto, todo cambió, el tiempo se detuvo, ya no hubo risas, sino gritos; todos corrieron, algunos en llamas, otros, asustados, intentaron alejarse del fuego y sólo algunos lo lograron. Después, la confusión, el miedo.

Los datos fríos y dolorosos dicen que son más de 90 los muertos, la mayoría calcinados, unos aseguran que son más, que faltan muchos más. Cuesta mucho trabajo reconocer a los muertos, incluso para sus padres, y eso dificulta saber con exactitud los datos finales.

Lupita buscaba aquella noche a su papá, que la llevó por gasolina y le dijo que lo esperara ahí, sentadita, lejos de la zanja. No regresó por ella.

Aurelia ha pasado varios días buscando los restos de su esposo y no ha encontrado nada, ni lo mínimo. Ella sabe que estuvo ahí y no quiere irse hasta saber qué pasó, cómo pudo desaparecer.

Otros más pasaron horas de hospital en hospital buscando a sus familiares y rogando que no estuvieran muertos.

San Primitivo lamenta la tragedia, y en esa comunidad donde nunca pasaba nada, hoy pasa todo. La señalan, la etiquetan, la culpan, todos ahora parecen tener a los culpables y la razón. Hay mensajes de burla que reenvían imágenes perturbadoras de cuerpos quemados o desmembrados. Muchos se atreven a decir que no fue un accidente, sino un asesinato colectivo.

Los que estuvimos en el lugar solo sabemos que mucha gente murió por imprudencia, que quizá se pudo evitar, que hay mucho dolor en el pueblo, que la gente reclama y llora.

Se intenta volver a la normalidad, pero en las escuelas, en los comercios, en las calles y, principalmente, en las casas faltan muchos niños, hombres, mujeres, jóvenes y padres de familias desechas por una avaricia que ha dejado a Tlahuelilpan enlutado, y será así mientras que otros siguen buscando culpables y explicaciones.

Por lo pronto, ni Lupita volverá a ver a su padre ni Aurelia a su esposo ni cientos de personas volverán a ser los mismos después de esta inexplicable tragedia.

 

PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS

Después de dos semanas de desabasto de gasolina, esta semana comienza un intento por organizar a las personas y una invitación para que todos carguemos combustible de acuerdo con la terminación de la placa de nuestro auto; sin embargo, nunca faltan aquellos que, por desconocimiento o gandallez, quieren verse más listos diciendo que no sabían de la medida o que no están de acuerdo, y así en algunas gasolineras los encargados han tenido que lidiar con los que no les toca cargar pero que, ante su insistencia se llevan a veces hasta tanque lleno.

 

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