Tipos pachuqueños: el agente de Tránsito
 
Hace (56) meses
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Figura consustancial al panorama de las retorcidas y estrechas calles del Pachuca de mediados del siglo XX fue la de los entonces llamados agentes de Tránsito, que los estudiantes del viejo Instituto Científico Literario Autónomo del Estado –el famoso ICLA– apodaron tamarindos, en razón de su uniforme que constaba de pantalón beige con chaqueta café tabaco, o bien como les llamaban los conductores de vehículos: tecolotes, que eran los encargados de vigilar y orientar el tránsito de automóviles particulares y de alquiler, de autobuses, camiones materialistas y de los todavía muchos ciclistas que circulaban por las calles de la ciudad.
Les recuerdo encaramados en un banquito de unos 40 centímetros de alto, desde donde dirigían el tránsito de vehículos en las esquinas de mayor afluencia de automóviles; al menos recuerdo las esquinas de Ocampo y Plaza Independencia, Doria y Guerrero y la de Guerrero y avenida Juárez (antes ser la plaza de ese nombre), acción que realizaban con un silbato y direccionando con las manos el paso o detenimiento del tránsito automovilístico. Eran, amable lector, los semáforos humanos del Pachuca de mi generación.
Otros vigilaban el estacionamiento de vehículos en calles como la primera, segunda de Morelos y su paralela, la de Hidalgo; tercera y cuarta calles de Matamoros y prácticamente todo el cauce de la Guerrero, donde en esos años se permitía el aparcamiento de automotores por una o dos horas, para lo cual se auxiliaban de un grueso marcador de tiza blanca, con el que escribían en las llantas delanteras la hora en que se estacionaban los automóviles; si trascurrido el tiempo permitido el conductor no se presentaba a mover su automóvil, le retiraban, con toda parsimonia, la placa trasera y le dejaban en los limpiadores del parabrisas la multa correspondiente, que era de 12 pesos 50 centavos, el equivalente a un dólar en ese entonces.
Había también otros –no más de cinco– que conducían pequeñas y lentas motonetas, que lo mismo, patrullaban las calles que vigilaban los cruceros para agilizar el tráfico automovilístico y, aunque podían perseguir a los violadores de las normas de tránsito, la lentitud de su motoneta hacía de cada persecución, una autentica misión imposible, aunque debo reconocer que esto era muy difícil que sucediera, en virtud de que aquel Pachuca contaba aún con una población respetuosa de toda norma de civilidad –con alguna excepción– y desde luego era una ciudad menos conflictiva para el tránsito de vehículos.
Los Agentes de Tránsito se diferenciaban de los policías o gendarmes, no solo en el uniforme –el de los policías era o azul marino o enteramente beige– sino la función que tenían encomendada; los primeros se encargaban de vigilar el cumplimiento de las norma del tráfico de vehículos, en tanto que a los segundos les correspondía auxiliar a la autoridad judicial o administrativa deteniendo a los transgresores del orden o ejecutando ordenes arresto o aprehensión. Los contingentes de ambos cuerpos, sumaban en total de 62 activos de los que tan solo una tercera parte pertenecía a los encargados del tránsito y el resto al contingente policial.
El respeto y cariño de la población a los encargados del tráfico automovilístico se ponía de manifiesto el 22 de diciembre de cada año, fecha en que se conmemoraba su día, cientos de choferes llegaban a los cruceros para obsequiarles regalos diversos, como muestra de gratitud a su labor orientadora y no represora de la ciudadanía y era envidiable verles llenos de regalos en cada crucero, porque ese día se les asignaba a todos –que eran 21– un crucero para que les rindieran homenaje los automovilistas.
De entre todo el cuerpo de oficiales de tránsito, recuerdo en particular a uno de ellos Juanito, hombre alegre, rechoncho y de baja estatura y tez morena que hundía su motoneta en el pavimento cada vez que la abordaba; su cara redonda, enmarcaba los pequeños ojos y el bigote finamente recortado, todo ello destacado bajo la sombra de la visera de su quepí. Juanito era un hombre muy querido por los manejadores de vehículos, pues cuando sorprendía que algún ciudadano no había obedecido las normas, se presentaba un tanto sofocado y mientras limpiaba el sudor de su frente con un pañuelo, ya de por si empapado de las transpiraciones de todo el día, amonestaba sonriente al transgresor y todo terminaba siempre, en un: ¡No lo vuelva hacer, porque lo voy a multar! y se retiraba satisfecho de haber cumplido con su labor –aunque hubo desde luego quienes aceptaban la dadiva y hasta los que buscaban como exigirla, debido a lo cual se generalizó el apodo de mordelones, dicho en palabras de hoy: corruptos– por ello Juanito se hizo querer en su tiempo de todos los conductores de vehículos.
En la siguiente década, con el dramático aumento de automóviles, se sumaron al escuadrón motorizado un grupo de policías de tránsito dotados con potentes maquinas Harley-Davidson, que además de patrullar a la ciudad, extendieron sus correría por las carreteras locales; estos últimos, recibieron una amplia capacitación para poder manejar las nuevas y veloces máquinas, que en cuestión de segundos alcanzaban a cualquier transgresor de las normas de tránsito.
La placa que ilustra a este artículo, corresponde a la entrega de vehículos motorizados –cinco motonetas y cinco motocicletas– al escuadrón de Tránsito, en las afueras de la Inspección de Policía de Pachuca, ubicada en la primera calle de Venustiano Carranza en diciembre de 1960, fue todo un hito en ese entonces.

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