Transparencia y confianza: El doble discurso de Los Pinos
 
Hace (79) meses
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Un fanático de los rascacielos anunció su llegada a la Ciudad de México: Godzilla, el saurio que ama los edificios para hacerlos añicos. Las torres de cuarenta pisos son su botana y el Empire State su plato fuerte. En casi treinta películas, el Rey de los Monstruos ha erradicado barrios de Tokio de un coletazo. No hay modo de frenarlo. Los helicópteros lo rodean como moscas de fruta a las que liquida con su aliento atómico. Su muerte sólo puede ser provisional porque reencarnará en otra película.
El origen de esta criatura tiene un fondo trágico. Como Astroboy, pertenece a los personajes imaginarios que surgieron después de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki. En un tiempo en que no se podía criticar el castigo nuclear que padeció la población civil, Japón ideó figuras compensatorias para aludir al tema. En 1952 Astroboy llegó como un chico con superpoderes derivados de la fisión nuclear y en 1954 Godzilla, como un saurio expandido por la misma causa. De manera inquietante, se trata de sobrevivientes alterados. El primero es un androide, un robot que contiene las memorias del hijo de su inventor, fallecido en un accidente automovilístico. El segundo es un animal que se salva del estallido atómico y padece una poderosa mutación. Metáforas de quienes sentían que el ataque nuclear los había transformado en seres diferentes.
No siempre Godzilla ha tenido mal carácter. Hollywood lo ha visto sólo como una amenaza, pero en algunas de sus encarnaciones japonesas ha salvado al planeta de un futuro incierto e incluso ha mostrado una atribulada vida interior.
La Ciudad de México es tan hospitalaria que ha roto el récord de avistamientos de ovnis y tiene el mayor número de participantes en el zombie parade. Sin embargo, Godzilla no se había asomado por aquí, quizá porque durante décadas la capital se extendió como una marea de casas bajas, algo poco estimulante para un depredador de colosos.
En forma vertiginosa, la ciudad se está transformando en una cuestionable selva vertical. La Torre Mayor ha contagiado a otros edificios en Paseo de la Reforma y en Río Churubusco ya se construye la Torre Mítikah, que aspira a ser uno de los rascacielos más altos de América Latina. No sabemos si el agua podrá subir al piso 106 ni lo que sentirá el inquilino que padezca ahí un terremoto. Seguramente, para ir de un rascacielos a otro habrá embotellamientos de helicópteros. Lo cierto es que, finalmente, Chilangópolis cautivó al máximo cazador de edificios. Hace unos días, el bicho atómico hizo una aparición virtual en la Ciudad de México para filmar Godzilla: King of the Monsters. No se presentó de bulto, sino en condición de espectro que adquirirá entidad digital en la computadora.
Como en otras ocasiones, multitudes mexicanas fueron contratadas para padecer desgracias en calidad de extras (papel que de por sí desempeñamos en una sociedad sin participación ciudadana). El lunes 21, mientras ocurría el eclipse de sol, las presuntas víctimas corrían en la Plaza de Santo Domingo, frente al Palacio de la Inquisición y una máquina producía un épico rugido para representar al monstruo. Aunque el protagonista estaba ausente, el apocalipsis era verosímil.
La verdad sea dicha, nuestra ciudad no necesita de efectos especiales para empeorar. Falta agua potable y sobran inundaciones, los baches sugieren que un dinosaurio ya vino por aquí y el aire es un experimento químico. Cualquier gran predio que se libera -del Parque Deportivo del Seguro Social al Estadio Azul- se convierte en centro comercial. La inseguridad ha hecho que el consumo -muchas veces entendido como simple contemplación de mercancías- sea la variante más exitosa de la convivencia. La economía más dinámica depende de la ilegalidad: el narcomenudeo, la piratería, los permisos que hay que pagarle a los líderes de calle, manzana y barrio. Para perfeccionar el caos, las obras viales no aligeran el tráfico, sino que lo desquician, según demuestran el descarrilamiento de la Línea 12, el metrobús de dos pisos que no cabe en las estaciones (y donde alguien de 1.71 no cabe en el segundo piso) y el “deprimido” en Insurgentes que no termina de construirse y es cada vez más digno de su nombre.
Todo monstruo encuentra aquí su espejo.
De manera elocuente, en la Plaza de Santo Domingo, una pancarta decía: “Godzilla, hermano, ya eres mexicano”.

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