Tres mineros renacieron
 
Hace (70) meses
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El sábado 8 de mayo de 1965 una jaula con 30 mineros a bordo se “chorreó” 150 metros en el tiro general de la mina Purísima de Real del Monte. Sólo hubo tres supervivientes quienes narraron cómo volvieron a la vida tras haber sentido la muerte abrazada a ellos. En esta segunda parte incluimos lo narrado por José Concepción Pérez Briceño,
Constantino Trejo, Silvino Rodríguez y J. Concepción Pérez Briseño que renacieron a las 14:20 horas de ese sábado. Horas después de su rescate externaron coincidentes y someras versiones, con unas cuantas frases y palabras entrecortadas acerca del drama que vivieron y cuyo recuerdo los perseguiría el resto de sus vidas.
Silvino Rodríguez, dijo y así lo publicaron los periódicos diarios y semanarios: “He perdido el sueño durante muchos días; por más esfuerzos que hago no puedo conciliar el descanso. No me di cuenta de nada. Después del golpe tragué bastante agua, sentí que me ahogaba, pero hice un esfuerzo y logré salir y respirar nuevamente.
Constantino Trejo Almaraz, expresó: “Antes de deslizarse la jaula vi un chispazo cuando iba hacia arriba del nivel 400; después se detuvo unos segundos y luego comenzó a caer a gran velocidad hasta el fondo del tiro.
Mis compañeros gritaban desesperadamente tratando de salir. Al chocar con el agua todo quedó en silencio. Yo pude salir primero porque cuando caímos logré colgarme de un pasamanos. Fueron momentos de espanto, de terror. Creí que sólo yo me había salvado, pero atrás de mi aparecieron José Concepción Pérez Briseño y Silvino Rodríguez Munguía.
Cuando logro dormir se me revela ese cuadro: la caída de la jaula, los gritos de mis compañeros, la tremenda oscuridad y el agua que inundaba la jaula”.
En términos similares habló J. Concepción Pérez.

LOS SOBREVIVIENTES AL OLVIDO
Con el transcurso de los días las noticias de la tragedia de Purísima se enfocaron en las investigaciones acerca de las causas del accidente. Nadie se acordó de la suerte de los mineros sobrevivientes que habían sido internados en el hospital de la Compañía, en Real del Monte. Concepción, con fracturas en la pierna derecha; Silvino en un tobillo; Constantino, con afortunados raspones, sólo estuvo acogido una semana.

LOS MISERABLES PAGOS
Transcurridos meses del accidente, la Compañía Real del Monte entregó ínfimas cantidades por concepto de indemnización y de riesgos profesionales. A Concepción Pérez le reconocieron solamente 12 por ciento de incapacidad pulmonar, y como pago por las lesiones en la pierna le dieron 2,175 pesos. A Silvino Rodríguez, l, 200 pesos por la fractura del tobillo, y a Constantino Trejo, nada, ni un centavo partido por la mitad. A los tres los reubicaron como porteros o peones. Nunca más volvieron a bajar a la mina.

DIEZ AÑOS DESPUÉS
Para lograr un acercamiento personal con José Concepción Pérez transcurrieron diez años del fatal suceso.
El joven David Cabrera, oriundo de Real del Monte, hijo del ademador Hilario Cabrera Pérez, uno de los 27 mineros ahogados al caer la jaula en el fondo del tiro de Purísima, rescatado 35 horas después, fungió como intermediario para que José Concepción concediera una entrevista.

¡LA MUERTE EN SEGUNDOS!
La plática con Pérez Briseño no fue nada fácil; a los 43 años era retraído, de pocas palabras. Había transcurrido una década de sufrir serias lesiones en la pierna derecha, con fracturas en la tibia y el peroné, que lo mantuvieron incapacitado, sin poder trabajar durante más de un año. La mala fortuna se ensañó con él, pues a los ocho meses de la tragedia, acaeció la muerte de su madre.
David Cabrera le comentó a J. Concepción que el entrevistador era reportero. La plática se desarrolló dentro de un automóvil a pocos metros de la puerta de la mina Purísima.
Luego de varias preguntas de cómo había estado de salud, si la relación en su trabajo era buena, cómo lo trataban, los turnos que debería cumplir, el minero confió que al cumplir un año de incapacidad, la compañía le suspendió el pago de su salario semanal, durante un mes, hasta que intervino el sindicato y lo reacomodaron como portero en la mina San Ignacio.
El modesto minero contestó las preguntas con el obvio esfuerzo debido al tiempo avanzado. Habló en 1975 lo que se suscitó en 1965.

— ¿Cómo y por qué se deslizó la jaula? –
Como era sábado, la gente tenía que salir a la superficie antes de las 3 de la tarde, para recibir la “raya”, la gente estaba en el nivel 400, donde subimos, en el primer piso (la calesa era de dos pisos con capacidad para 30 personas).
La jaula bajó al nivel 550 a gente de casa y volvió a subir también con gente de casa al 400, donde cargó el piso de abajo con personal que terminaba turno.
Extrañamente, la calesa subió 6 o 7 metros arriba del 400 y se paró un poco, lo cual no era raro pues al terminar turno así se hace, pero de repente comenzó a bajar a gran velocidad como nunca se había hecho, entonces comenzamos a gritar; unos a otros se agarraban, gritaban, se abrazaban.
En cosa de segundos todo se volvió un infierno. Yo me agarré en uno de los travesaños que están en la parte superior de la jaula (son unas varillas, de las cuales cuelgan lazos anudados, que sirven para meter las manos y guardar el equilibrio).
Cuando la jaula chocó en el fondo del tiro contra la caja de agua, que tenía un espesor de varios metros, escuché, al igual que el resto, un estallido, como una tronada de dinamita, y vi una intensa luz de color azul.
Pensé, que se habían trozado los cables de energía eléctrica. El agua comenzó a subir el nivel de la pesada jaula, que poco a poco se hundía; el agua reconocía su lugar, y recibíamos chorrazos. Volví a pensar que algún cable submarino había hecho un chicotazo, pero luego, en un segundo, nos tapó el agua.

— ¿Qué hizo para salvarse? –
–¡Salir a como diera lugar!, a manotear dentro de la jaula; hice presión sobre las paredes y me sostuve. Creo que salí entre unas varillas porque allí me atoré y comencé a tragar mucha agua. Veía ráfagas azules; los oídos me zumbaban.
Me quité del cuello una franela y me la puse en la boca y la nariz. Quién sabe qué me haría pensar así. Que me quito el cinturón, porque estaba atorado con la pila de la lámpara, y comencé a salir de la jaula, a seguir manoteando en el agua e ir hacia arriba.
Cuando pude respirar, vi que Constantino estaba aferrado a una de las guías del tiro. Cerca de mí estaba el Guajolote Silvino Rodríguez, que había salido por otro lado de la jaula. Ni ellos ni yo hablamos.
Silvino comenzó a pedir ayuda, a gritos, y volvió a hundirse en el agua, pero luego volvió a subir y se quedó pegado en la guía.
Constantino se juntó conmigo; luego llegaron los compañeros del nivel 400, quienes lanzaron una cuerda para amarrarnos e izarnos.
Cuando estaba a salvo en una vigueta, me senté y me quité las botas de hule, me paré y la pierna derecha se me dobló. Tenía fractura de tibia y peroné, dijeron después los médicos.
De los compañeros que murieron en la jaula no supe nada, hasta que se publicaron las listas con sus nombres y número de fichas pude identificarlos. Todos nos conocíamos por nombre y apodos.
Han transcurrido 43 años de la plática sostenida con José Concepción Perez Briseño, cuando él tenía esa edad. No sé si aún viva. No sería extraño que así sucediera si invocamos la buena estrella que lo acompañó el día que la jaula de la mina Purísima con 30 mineros se precipitó sin freno a 150 metros de profundidad. De esos 30 mineros, él y otros dos se salvaron.

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