Valente Quintana en Pachuca
 
Hace (64) meses
 · 
Compartir:

El domingo 17 de mayo de 1942, los vecinos de la colonia Chapultepec, ubicada por el rumbo de Cubitos, quedaron aterrorizados al conocer los detalles del brutal homicidio de quien en vida se llamó Erasmo Esparza Ramírez, próspero y joven maestro de obras, constructor de al menos una veintena de casas en aquella zona, considerada una de las más exclusivas de Pachuca.

Cerca de las 7:00 horas de aquel día de descanso, Domitila Pintor, sirvienta en la casa del doctor Alejandro Becerra, se dirigía apresurada a su trabajo, cuando observó que un grupo de perros escarbaba insistentemente en un punto ubicado en las riberas del entonces lecho del Arroyo de Sosa –hoy cubierto por el viaducto Rojo Gómez– terreno colindante con el Estadio Deportivo –actualmente Centro Regional de Educación Normal CREN– y quedó, seguramente, horrorizada al descubrir que uno de los perros tenía en el hocico el brazo de un ser humano, pues conservaba todavía un reloj de pulsera. Con una rama seca hallada en medio de aquel llano, entonces totalmente despoblado, ahuyentó al animal y pudo percatarse de otras porciones de un cuerpo humano que quedaban al descubierto, lanzó varias piedras sobre los animales que permanecían en el sitio, hasta lograr que se dispersaran por diferentes rumbos.

Un pastorcito, que conducía un pequeño rebaño de ovejas, se acercó a Domitila y esta le pidió que permaneciera en el sitio mientras buscaba un policía. Como exhalación salió la joven sirvienta, que no paró de correr hasta llegar a la casa del doctor Becerra, a quien contó lo sucedido. Ambos, en compañía del ingeniero Andrés Maning, vecino del galeno, llegaron al lugar de los hechos. Después de verificar el hallazgo, llamaron a la policía, que poco después hizo su aparición en la persona del comandante de guardia Francisco Chávez y del médico legista habilitado, Lamberto Lagarde.

El homicidio de Esparza Ramírez fue, en realidad, el último de una cadena de crímenes similares cometidos en los últimos 40 días en Pachuca. Se trataba, desde luego, de un homicida serial que había escogido de manera estratégica a sus víctimas. El primero, también albañil, fue asesinado el 27 de noviembre de 1941, descuartizado y enterrado en la comunidad de Venta Prieta. Siguió una mujer arrejuntada con otro alarife y enterrada en pedazos en el rancho de Las Hortalizas –ubicado donde hoy se encuentra la Preparatoria Número Uno–. Finalmente, una víctima más fue don Manuel López, arrendador de madera para cimbras, ejecutado y enterrado su cuerpo, totalmente desmembrado, por el rumbo de Las Lanchitas –hoy parque de béisbol Alfonso Corona del Rosal–.
La alarma social llegó a su clímax con la muerte de Erasmo. Los miembros del Club Rotario, encabezados por su presidente, el licenciado Francisco Gil, acudieron al gobernador José Lugo Guerrero en demanda de acciones contundentes, y este les prometió que tomaría diversas medidas. Nada se esclareció en los siguientes días; sin embargo, los homicidios cesaron, al menos momentáneamente.

La mañana del lunes 14 de junio 1943 fue hallado el cuerpo de Domitila Pinto, la descubridora de los restos de Erasmo Esparza. Su cuerpo, al igual que los otros, fue descuartizado y enterrado cerca del horno crematorio de animales, en los terrenos del rancho Palmitas, muy cerca del actual estadio Revolución Mexicana.

Fue entonces cuando autoridades y particulares unidos contrataron los servicios del entonces mejor detective del país, Valente Quintana, quien recibió a la comitiva hidalguense en su oficina y gabinete de criminalística de San Juan de Letrán, número 6, despacho 104, de la Ciudad de México. Días después se presentó en Pachuca, con aquel atavío clásico de los detectives de entonces: una larga gabardina cruzada, sombrero de ala ancha y el inseparable cigarro acomodado en cualquiera de los extremos de la boca.

Quintana era poseedor de una carrera impresionante, que dio inicio en 1918 como gendarme. Un año después se desempeñó como agente auxiliar, en 1920 se convirtió en agente de segunda y primera, en 1921 alcanzó el grado de jefe de grupo y comandante, en 1923 se le designó jefe de comisarías y, finalmente, entre 1929 y 1932 se desempeñó como director de la Policía del Distrito Federal, lugar en el que resolvió varios asuntos policiacos que tenían en jaque a la Ciudad de México. Para 1940, se le consideraba el más astuto y sagaz de los detectives mexicanos.

Dos semanas bastaron para que Valente y su gente encontraran al homicida, que resultó ser nada menos que Manuel Rodríguez Pérez, un viejo residente en las obras del arquitecto Felipe Spota, tal vez el más afamado constructor de la primera mitad del siglo XX en Pachuca. Al ser interrogado por Quintana y sus ayudantes, confesó aquellos crímenes y la realización de por lo menos seis más, los que se fueron corroborando en la medida en que se descubrieron fosas clandestinas en predios de la colonia Chapultepec, precisamente cerca del estadio deportivo. Los dos restantes no fueron hallados porque los perros se encargaron de borrar todo indicio.

La contundente acción del detective Valente Quintana, unida al clamor social, fue determinante para que el gobernador don José Lugo Guerrero cuidara de manera especial el nombramiento del jefe de la policía, como lo declaró reiteradamente durante su encargo entre 1941 y 1945.

Juan Manuel Menes Llaguno

Compartir:
Relacionados
title
Hace (64) meses
Se dice
/seDiceGift.png
Especiales Criterio
/transformacion.jpeg
Suscribete
/suscribete.jpg
Más popular
Política actual impide el desarrollo: Marivel Solís
Por Gerardo Ávila . 24 de mayo de 2016
Por Gerardo Ávila . 30 de noviembre de 2015
Por Gerardo Ávila . 9 de agosto de 2017
Por Federico Escamilla . 12 de febrero de 2018

© Copyright 2023, Derechos reservados | Grupo Criterio | Política de privacidad