Y Pachuca tuvo su feria
 
Hace (66) meses
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Con la palabra “feria” del latín feriarum que significa fiesta o día de fiesta, se ha arropado la antigua costumbre de celebrar a los santos patronos de pueblos y ciudades, añeja costumbre europea inscrita en el marco de las actividades comerciales, que llega a América tan pronto se consuma la conquista, aunque no es sino hasta el siglo 18 cuando tales festividades cobran carta de naturalización en torno a las celebraciones religiosas de cada comarca. A partir de entonces, los alrededores de cada templo se convierten en centros de negocios, donde se comercializaban al mayoreo o menudeo los productos de la zona y de otras muchas que aprovechan la ocasión para vender sus mercancías. Su importancia fue tal que la concesión para su celebración era otorgada por Cédula Real y en algunas ocasiones por acuerdo papal, ya que de las ganancias obtenidas por los negociantes se cobraba un porcentaje, utilizado para la edificación o mejoramiento de templos y conventos.
Aunque la feria de San Francisco en Pachuca se remonta a finales del siglo 17, su importancia procede de mediados del siglo 18, cuando se hicieron necesarias obras para ampliar y mejorar las instalaciones del convento franciscano de este Real de Minas, elevado a la categoría de Colegio Apostólico de Propaganda Fide en 1732 y como sede de la provincia autónoma de su nombre en 1772. En su transformación fue fundamental la intervención de Pedro Romero de Terreros, “Primer Conde de Regla”, a quien se nombró patrono del convento, aunque ni con ello se logró abatir el déficit ocasionado por la nueva situación del colegio, debido a lo cual se decidió impulsar y mejorar la organización de los festejos en honor del santo patrono, a fin de atraer más fieles dispuestos a otorgar magnánimas limosnas y comerciantes que cubrieran diezmos por sus ventas, lo que desde luego apoyó Romero de Terreros.

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A partir de entonces, cada año, cuenta la tradición, el conde iniciaba muy temprano el 3 de octubre una magna peregrinación con sus trabajadores y cientos fieles que se le unían en el camino. El contingente partía de Huascazaloya (hoy Huasca), donde tenía sus haciendas de beneficio, continuaba por Omitlán, subía a Real del Monte y llegaba a Pachuca la madrugada del día 4, fecha en la que se iniciaban oficialmente las celebraciones religiosas en honor del Santo de Asís, a quien se dio el título de santo patrono de la ciudad.
La ceremonia comenzaba con la salida de todos lo frailes y novicios del convento, quienes esperaban la peregrinación en el atrio. Cuando el conde arribaba, el prior le entregaba las llaves de todas las instalaciones monacales y solicitaba del noble benefactor permiso para seguirlas habitando; el de Terreros se dirigía entonces hasta el portón del templo y lo abría en señal de aprobación a la petición de los religiosos, que entraban en ese momento al interior para la celebración de los servicios religiosos.
Mientras esto sucedía en el templo, en el atrio y huertas –hoy Parque Hidalgo– se instalaban puestos de comida, juguetes, dulces, así como vendedores de ganado y semillas que por estar cercana la cosecha reunía a muchos productores. Las festividades se prologaban por espacio de 3 o 4 días y en algunos casos hasta una semana entera.
La muerte del conde de Regla no extinguió feria, tampoco lo fue la decadencia minera de los primeros años del siglo 19, ni la exclaustración de los franciscanos en 1860, por ello el 3 de septiembre de 1868, el gobernador del Estado de México, al que pertenecía esta comarca antes de erigirse el estado de Hidalgo, don José María Martínez de la Concha –originario de Itzmiquilpan– otorgó licencia oficial para su celebración y eximió de toda alcabala a los productos que se expendieran durante su celebración.
Durante el gobierno de los hermanos Cravioto, a finales del siglo 19 alcanzó fama entre los habitantes de la ciudad de México, de donde llegaban por tren en gran cantidad, los fines de semana. Decayeron las festividades en la etapa revolucionaria, pero se recobró en los años veinte del siglo pasado.
Los gobiernos de Matías Rodríguez, Rojo Gómez y Lugo Guerrero se distinguieron por mejorarla. El de Rueda Villagrán se preocupó por mejorar su imagen al hacerla entre 1953 y 1956 “Muestra Comercial, Industrial, Agrícola y Ganadera”, aunque la sacó de su original asiento y la llevó al viejo estadio deportivo de la ciudad, donde hoy se encuentra el conjunto universitario normalista. Regresó después al parque, del que salió durante el gobierno de Ramírez Guerrero, para instalarse en el baldío ubicado donde hoy se encuentra el palacio de Gobierno. Regresó la feria a su lugar original en el gobierno de Sánchez Vite, más tarde el gobernador Rojo Lugo le buscó nueva ubicación y mejoró su imagen, al celebrarla en 1976, en los terrenos aledaños al desaparecido lienzo charro Nicolás Romero, hoy asiento de un importante centro comercial, y le dio un objetivo especial, al denominarle “Feria del Caballo” –antes de la de Texcoco– al año siguiente en el interinato de Suárez Molina, se inauguraron sus nuevas instalaciones que, reformadas por el arquitecto Guillermo Rossell de la Lama, darían paso a las actuales sedes de los poderes Judicial y Legislativo.
Finalmente fue en el gobierno del Lic. Lugo Verduzco cuando, tras celebrarse en diferentes sitios, se construyen en 1992 las actuales instalaciones, donde se ha celebrado en los últimos 25 años.

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