CR7, una forma de pensar
 
Hace (69) meses
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Portugal’s forward Cristiano Ronaldo reacts during the Russia 2018 World Cup Group B football match between Iran and Portugal at the Mordovia Arena in Saransk on June 25, 2018. / AFP PHOTO / Jack GUEZ / RESTRICTED TO EDITORIAL USE – NO MOBILE PUSH ALERTS/DOWNLOADS

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Rusia 2018 nos ha mostrado que las distancias en el futbol ya son extremadamente cortas. Selecciones como las de Irán y Marruecos les compitieron a España y Portugal en el grupo A, aunque el desempeño de Panamá y Australia también exhibe que la calidad individual sigue marcando diferencias.

Una de las causas de que escuadras, en el papel, muy inferiores no se vean superadas con claridad es la preparación física. Todas las selecciones, de Alemania a Arabia Saudita, gozan prácticamente del mismo entrenamiento, se someten a similar plan de alimentación y gozan de igual capacidad física. Competir en correr, saltar, acelerar y resistir los 90 minutos es moneda común en el futbol moderno y en eso no hay alguien mejor que Cristiano Ronaldo.

El portugués tiene una voluntad admirable y un físico trabajado para hacer letales sus habilidades futbolísticas. La carrera en espacio abierto, el remate de cabeza y un golpeo de pelota singular lo han posicionado como uno de los mejores delanteros de todos los tiempos, si no es que el mejor.

Si el astro merengue tuviera habilidades para las finanzas, sería un gran banquero; si pusiera toda su voluntad en la arquitectura, tendríamos edificios magistrales o, si se hubiera empeñado en ser astronauta, la bandera de Portugal ya tendría su espacio en la Estación Espacial Internacional. Cristiano ve el éxito como meta y, para él, el éxito no es otra cosa que ser el mejor y provocar la alabanza.

Sin embargo, la carencia de Cristiano se basa en su propio exceso. Parece observar el futbol como un medio y no como un fin, y gustarle más las fotos con trofeos que con balones.

“Por ser rico, por ser guapo, por ser un gran jugador las personas tienen envidia de mí”. Esas son las razones que CR7 daba a los micrófonos cuando explicaba por qué los rivales lo golpean mucho durante los partidos. Tales palabras no cayeron bien a jugadores, aficionados y a la prensa, que tuvo material suficiente para crucificar al astro del Real Madrid.

Las críticas se basan en la idea, implantada en occidente desde la Grecia antigua, de que el deportista debe poseer, además de una gran capacidad física, poseer otras virtudes, mostrar temple y dignidad tanto en la derrota como en la victoria. Si ganar trae la gloria, el desprecio al oponente y al compañero conlleva el juicio, sobre todo cuando se trata de una figura pública que mueve dinero en exceso.

Pero Cristiano es una bestia competitiva que no entiende el futbol sin las cámaras. De qué sirve una gran jugada o un soberbio gol si no aparece el flash que lo eternice y lo propague. Es una persona dada al aspaviento cuando gana, cuando pierde e incluso cuando se prepara. Siempre él, pero nunca con la pelota.

El ego de Cristiano es problema de Cristiano. El de sus seguidores es un problema cultural. En un artículo de Cristina Galindo aparecido en El País y titulado Sobrevivir en el mundo del yo, yo, yo, se señala que el narcisismo genera dinero, pues el consumo relacionado con los productos que “hacen posible un aspecto a prueba de selfies” mueve 3.7 billones de dólares. El texto añade que la búsqueda de fama a toda costa caracteriza a la generación que más actividad tiene en las redes y que tiende a mostrar una patología exhibicionista. Esta actitud va acompañada de la denostación de la competencia, en un afán por mostrar que las capacidades y virtudes que se posee dan derecho a exigir alabanza o humillar al de enfrente. Una idea preocupante, más cuando la propaga un futbolista que recibe millones por resoplar en cada tiro libre.

Cristiano podría ganar el mundial, pero aun así no estaría satisfecho. Y no sería porque el lusitano dejara de ambicionar logros deportivos, sino porque lo que parece anhelar es el consenso de su grandeza: que el mundo, no solo el futbol, reconozca lo que parece decir con cada gesto: “Las personas tienen envidia de mí”.

 

 

Alfonso E. Robles

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