Una victoria lenta
 
Hace (66) meses
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Un gesto se multiplica en el Zócalo. Miles de personas con la mano en alto haciendo la “V” de la victoria y en silencio. “Significa que tarde, pero vencimos”, dice el ex líder estudiantil Félix Hernández Gamundi, sobre el templete, de espaldas al Palacio Nacional, casi a punto de tomar el micrófono para decir que las demandas de democracia y justicia de hace medio siglo todavía no se alcanzan.

En ese silencio por los estudiantes masacrados el 2 de octubre cada uno tiene un motivo diferente. “Lo pusimos de moda nosotros en el 68 y yo creo significa ahora que nuestra victoria fue no rendirnos”, agrega el ingeniero Evaristo Martínez, que para vivir tuvo que fingirse muerto entre los cadáveres de esa tarde de hace 50 años.

Lo explica el escritor Jorge Volpi, nacido en 1968, parado a un costado del templete: “Creo que debe de significar entre los jóvenes que es posible convertir al país en un lugar mejor del que tenemos”.

Y ahí están, durante un minuto de pesado silencio casi 100 mil personas, a las seis de la tarde con diez minutos de una tarde como aquella en que, cuentan los libros y los diarios y los sobrevivientes, brillaron dos luces de bengala en Tlatelolco, seguidas de los disparos y los muertos.

Sólo se oye el siseo del viento con miles de manos en lo alto. La “V” está en las manos de los jóvenes de la Normal Rural de Ayotzinapa y de la Federación de Normales Rurales.

En la de los damnificados por el sismo que han convertido en indignación el abatimiento. En las de los campesinos de Atenco que lograron salvar sus tierras sólo para luchar años después contra otro proyecto de aeropuerto. La “V” de la victoria que creen haber vislumbrado todos.

Un silencio que acaba con un grito: “¡Doos de octubre, nooo se olvida!”. Seguido de una pregunta de la maestra de ceremonias: “¿Cuántos muertos caben en un minuto de silencio?”. Es una pregunta que no tendrá respuesta. En esta marcha por el 50 aniversario del 68, cada contingente suma sus propios muertos.

“Yo creo que ninguno de los líderes del 68 pudo haber imaginado que México se iba a convertir en un lugar muchísimo más violento que el 68 mismo, sobre todo en los últimos doce años”, dice Volpi.

La plancha vuelve a estallar en consignas. Ondean en las banderas de los movimientos lésbico gay, resuenan sus gritos: “¡A los 41, también nos faltan 43!”. Las banderas del Frente Popular Francisco Villa. Las de la UNAM que piden que se acabe la violencia de los porros. Un contingente de desaparecidos en la guerra del narco. “¡Ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos!”.

A pesar de que ya comenzó el mitin, los contingentes siguen entrando al Zócalo. Resuenan sus gritos sobre la calle 5 de Mayo, levantan sus jaranas y requintos, reviven las consignas del 68: “¡Únete Pueblo!”.

Lo que une es ese gesto. El que hace sobre su silla de ruedas en la esquina de Bolívar el psicólogo Víctor Esparza, de 34 años, que viajó un día antes de Monterrey nada más recordar lo que ha sido: “Uno recuerda, 45, el 46 aniversario y ya es el 50 para recordar que hubo unos chavos que no se quedaron callados y que nos invitan a hacer lo mismo que ellos”.

La “V” de la victoria que para la promotora Paloma Sáinz, esposa de Paco Ignacio Taibo II, quiere decir que a pesar de que haya llegado otro gobierno a México es necesario mantenerse en la lucha.

El símbolo de la victoria lenta o de la que es posible aun en la aparente derrota va en las espaldas de los estudiantes del CCH Vallejo que empujan un tanque militar hecho de cartón. En el contingente de los veteranos del IPN. En los trabajadores del INAH con una manta blanca que dice: “la historia no ha absuelto ni absolverá a ninguno de los autores de la masacre del 2 de octubre de 1968”.

Lo hace incluso el nicaragüense Henry Ruiz, cuando avanza por Eje Central con un contingente de su país, diciendo que han tenido que salir de Nicaragua para protestar contra Daniel Ortega, que se robó la revolución.

Ondean las banderas con una paloma blanca en medio de un círculo de sangre y oscuridad. Se reconocen los sobrevivientes. Se hace de noche, ya pasó más de una hora del minuto de silencio y siguen entrando contingentes.

Sobre Eje Central avanzan cientos de cargando un mono gigante de peluche con un mazo, un cavernícola que es Gustavo Díaz Ordaz, pero sobre el que los jóvenes han colocado el nombre de otros gobernantes. Podría ser cualquiera, dicen y van a quemarlo. Pero ahora hacen pausas y corren, trágicos, divertidos.

Allá al fondo, la memoria se renueva: a lo lejos, Tlatelolco, donde una tarde así, pero con lluvia, los disparos rompieron los tinacos y se mezcló la sangre con el agua. Donde el Batallón Olimpia se manchó de sangre los guantes blancos y nació la “V” de una victoria lenta.

 

Jorge Ricardo
Agencia Reforma

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