Aquel 1986
 
Hace (97) meses
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 La reforma inaugural (1977) había dado lo que podía dar, que no fue poco: la incorporación al escenario electoral de fuerzas políticas a las que se mantenía artificialmente marginadas del mundo institucional y la recreación de un cierto pluralismo en la Cámara de Diputados. Además, avances electorales regionales, que paulatinamente robustecían la presencia de los partidos opositores. Pero, por supuesto, eso no bastaba. Faltaban demasiados eslabones para contar con un entramado democrático: autoridades imparciales, pluralidad en el Senado, condiciones de la competencia equitativas, gobierno propio para el DF y muchas más.

Fue una nueva reforma en donde el gobierno y el PRI tenían la sartén por el mango (el 100 por ciento de los senadores y el 73% de los diputados). Pero la conflictividad electoral era creciente y el reclamo de respeto al voto prosperaba. Al final, en materia de garantías para una elección limpia se dieron consistentes pasos hacia atrás, aunque en relación a la representación hubo algunos avances. Veamos.

1. La peor composición de la historia de la Comisión Federal Electoral. Presidida por el secretario de Gobernación, también la integraban un senador, un diputado y representantes de los partidos de manera proporcional al número de votos obtenidos en la última elección federal. Para las elecciones de 1988 el PRI tuvo 16 votos por 12 de todos los otros partidos, de tal suerte que, en la muy improbable situación de que los tres representantes estatales votaran con la oposición, aun así el tricolor tendría 16 contra 15 votos.  La iniciativa del presidente De la Madrid había sido más presentable aunque igualmente tendenciosa. El Presidente proponía que en la CFE solo tuvieran voto el secretario de Gobernación, un senador, un diputado y los representantes de los tres partidos más votados. Pero ante la “rebelión” de los partidos más pequeños se aplicó el criterio de representación proporcional al órgano encargado de preparar las elecciones, convirtiéndolo en una institución en la cual uno de los jugadores era al mismo tiempo el árbitro.

2. Se decidió que la Cámara de Diputados tuviera 500 integrantes: 300 de mayoría simple y 200 de representación proporcional. Y para el reparto de los 200 plurinominales se estableció que ningún partido podría tener más del 70 por ciento del total de los diputados, que el reparto de los pluris debería servir para que el partido mayoritario tuviese un porcentaje de escaños exactamente igual al de su votación (eso sucedería si su votación se encontraba entre el 50 y el 70 por ciento). Pero el partido mayoritario, por mandato de ley, no podría tener menos del 50.2 por ciento de los escaños. A eso se le llamó la cláusula de gobernabilidad, ya que la norma convertiría a la mayoría relativa de votos en mayoría absoluta de asientos en la Cámara.

3. Aunque las oposiciones deseaban abrir el Senado a la pluralidad, la reforma consistió en que se seguirían eligiendo 2 senadores por entidad, pero la novedad era que la elección sería escalonada. Cada 3 años se renovaría la mitad de la Cámara y sus miembros durarían en su encargo 6. Sobra decir que cuando se elige a uno, todo es para el ganador.

4. Se creó la Asamblea de Representantes del DF que vista en retrospectiva fue el primer eslabón para que los capitalinos pudieran elegir, con posterioridad, a sus gobernantes y representantes. Antes, como se recordará, las autoridades del DF eran designadas por el presidente de la República. De hecho y derecho, la capital era un departamento del Ejecutivo. Aquella asamblea tenía facultades restringidas y se integraba con 40 representantes electos bajo el principio de mayoría relativa y 26 de representación proporcional.

5. Se creó también el primer tribunal en materia electoral llamado de lo Contencioso Electoral. No obstante, se mantuvo la autocalificación de las elecciones. Es decir, los presuntos diputados, instalados en Colegio Electoral, debían calificar su propia elección y algo similar hacían los senadores. Después, el Colegio Electoral de la Cámara de Diputados calificaba la elección presidencial. De tal suerte que el Tribunal no tenía la última palabra. No obstante, fue el antecedente del proceso de judicialización de los diferendos electorales.

Estábamos, pues, a la mitad del río. Esfuerzos gubernamentales para no perder su control. Y presiones opositoras para abrir el ostión.

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