“El espíritu de proteccionismo será el fin del cine europeo.”
Wim Wenders
Estamos viviendo una nueva época dorada del cine mexicano, pero es distinta a la que algunos esperaban. El auge no proviene de la imposición de cuotas para la exhibición de películas nacionales sino de la globalización de los cineastas mexicanos.
La idea de restringir la libertad del público para ver lo que quiera, con el pretexto de proteger a los creadores locales, no es nueva. La Gran Bretaña estableció cuotas a la exhibición de películas extranjeras en 1927. En Francia se ha impuesto desde hace años un sistema que reserva una séptima parte de los tiempos de pantallas cinematográficas para películas nacionales. Otros países europeos, así como Brasil, tienen cuotas para las producciones del exterior. China, el segundo mercado cinematográfico más importante del mundo en la actualidad, sólo permite la exhibición de 34 películas extranjeras al año.
En México la Ley General de Cinematografía, impulsada por Carlos Salinas de Gortari en 1992, impuso en su artículo 19 una cuota que reserva el 10 por ciento del tiempo de pantalla al cine nacional y obliga a que las cintas locales sean exhibidas por lo menos durante una semana. Lo único que ha logrado esta disposición, sin embargo, es desperdiciar valioso tiempo de pantalla en salas vacías.
El cine mexicano ha demostrado tener la capacidad de producir películas taquilleras, como Nosotros los nobles de Gary Alazraki o No se admiten devoluciones de Eugenio Derbez. Estas películas fueron hechas para atraer al público general, pero muchos cineastas mexicanos siguen dependiendo de los subsidios y preferencias fiscales de un gobierno que dicen despreciar para realizar cintas que sólo gustan a un grupo cerrado de críticos, intelectuales y activistas políticos.
Lo cierto es que las cuotas no generan ni públicos ni cineastas competitivos. El primer gran realizador británico fue Charles Chaplin, quien en vez de depender del proteccionismo de su país se estableció en Hollywood y aportó una brillante serie de creaciones cinematográficas. De la misma manera estamos viendo hoy una generación de notables cineastas mexicanos que en lugar de producir películas para las cuotas de pantalla de la Ley de Cinematografía han conquistado espacios en la propia Meca del cine internacional.
Alejandro González Iñárritu es el ejemplo más notable en este momento. Su nueva película, The Revenant (El renacido), obtuvo el mayor número de nominaciones, 12, al Óscar de la Academia en este 2016, después de que la anterior Birdman fue la gran triunfadora del 2015. En el grupo también están Alfonso Cuarón, quien ganó el Óscar a la mejor dirección con Gravedad en 2014, y Guillermo del Toro, quien incursionó antes que ellos en el cine internacional con Hellboy y El laberinto del fauno. Con estos directores ha llegado a Hollywood un grupo de talentosos mexicanos, como el fotógrafo Emmanuel Lubezky, quien ha sido nominado a lo que podría ser su tercer Óscar consecutivo, y el editor de sonido Martín Hernández, postulado también por The Revenant.
Si algo ha demostrado esta nueva generación es que los cineastas mexicanos tienen la imaginación y la capacidad técnica para competir con cualquiera. Alazraki y Derbez dejaron en claro que en México se puede producir cine, como en las décadas de 1940 y 1950, para el gran público y no sólo para los intelectuales. Del Toro, Cuarón, Iñárritu y sus colegas han subrayado también que la calidad de nuestros cineastas es tan buena o mejor que cualquiera.
La cuota del 10 por ciento es un injusto anacronismo que sólo hace daño a quienes invierten en salas cinematográficas en nuestro país y al público. Más que seguir tratando de obligar a los mexicanos a ver películas malas, nuestros cineastas deben realizar cintas atractivas, e igualar o mejorar la calidad de los mexicanos que ya han triunfado en la cinematografía internacional.
Gas a Cuba
Pemex está estudiando la posibilidad de exportar gas natural comprimido a Cuba. Me parece muy bueno. Esperemos que esta vez sí les cobren.
Twitter: @SergioSarmiento
